Una entrevista que me hizo Mauro Libertella para Los Inrockuptibles en 2014, hoy recuperada en digital, casi tres años después de que esa publicación se convirtiera en inhallable por un error de archivo en origen (ver acá). Escribe Mauro en la introducción:
“Todos los libros de Osvaldo Baigorria son, a su modo, capítulos sueltos de una enorme autobiografía. En sus primeras novelas, en sus crónicas, en su correspondencia con su amigo Néstor Perlongher, en su rarísima biografía del narrador Néstor Sánchez o en su reciente selección de textos periodísticos publicados en la década del ochenta en las revistas Cerdos & Peces y El Porteño. En todos esos libros está, como en un estribillo que se repite y va variando con el tiempo, su vida de periodista errante. La obsesión por una existencia marginal, por fuera del centro caliente de los imperativos de la sociedad del trabajo y del consumo, atraviesa todo lo que viene escribiendo, y cada vez se hace más nítido el cruce de géneros, la explosión de las fronteras entre pensamiento y memoria. ¿Cómo podemos etiquetar sus textos: como testimonios, investigaciones, reflexiones, narraciones? No hay modo de saberlo, y eso es lo seductor de su propuesta escrita. Pero todo tiene su origen. Y alguna vez Osvaldo Baigorria volvió al país después de vivir durante años en una comuna de Canadá y se puso escribir para las revistas emblemáticas de la época. Esta es esa historia.
Entrevista: ¿Cómo se te ocurría una nota en la época de Cerdos & Peces y El Porteño?
Venía de más de diez años de vivir en el hemisferio norte y de ahí traía lecturas y experiencias que me orientaban para ver por dónde vendría la mano, qué temas eran importantes en los primeros años de posdictadura. La Cerdos y El Porteño eran revistas con una apertura tal que permitían que colocar en agenda en forma anticipada temas que terminarían siendo discutidos en el mainstream décadas más tarde, como los derechos de las minorías, que en los años ochenta eran todavía muy resistidos, sea porque se negara la existencia misma de minorías o disidencias sexuales, culturales, de tipo microsocial, o se las condenara como un fenómeno importado, foráneo.
¿Cómo era la relación y la dinámica de laburo con los editores, entre los que estaba, por ejemplo, Enrique Symns?
Primero proponía el tema y después no mandaba la nota sino que la llevaba en persona, porque no había internet. Y a veces la nota era leída in situ por el editor, en la redacción o en alguna mesa de café cercano, mientras yo esperaba la respuesta sentado en silencio lo que durara la lectura. Con Enrique Symns tuve mucha más relación que con Gabriel Levinas, creo que porque Levinas delegaba la edición de ciertas temáticas con otros, como Daniel Molina. De todos ellos guardo muy buenos recuerdos, sobre todo el sentimiento de una coincidencia casi inmediata sobre los enfoques que podían ampliar o forzar la apertura política y cultural en esos años.
Me decís que llegabas con las lecturas y las experiencias de más de diez años en el hemisferio norte. Y te pregunto ahora al revés: ¿cómo te ibas enterando de lo que pasaba en Argentina durante ese tiempo que viviste allá arriba?
Había circulación de información por gente que viajaba, refugiados que iban llegando a distintos países, pero la fuente principal para mí fue Néstor Perlongher, a quien conocí en el 72, cuando él era militante del Frente de Liberación Homosexual. En sus primeras cartas desde Buenos Aires, escritas con bastante hermetismo para no despertar las sospechas de los funcionarios policiales que revisaban la correspondencia en el correo –los sobres muchas veces venían rotos, abiertos y vueltos a pegar- y después de manera más explícita desde San Pablo, Brasil, donde se exilió en 1981, Perlongher me fue contando sobre la situación en Argentina.
¿Cómo recibías las cartas?
Llegaban a una dirección postal de una estafeta de correos cerca de la comunidad donde yo vivía, en las montañas de la Columbia Británica de Canadá, a novecientos kilómetros de Vancouver. En invierno tenía que caminar desde mi cabaña por un sendero de nieve dentro del bosque para ir a buscar la correspondencia, que traía y llevaba en camión dos veces por semana (tal como lo cuento en las notas al pie de esa correspondencia, que fue reunida en mi libro Un barroco de trinchera, Mansalva, 2006).
Venís escribiendo una especie de biografía en notas al pie de página de tus últimos libros, podríamos decir. En Sobre Sánchez se colaba tu vida, al principio tímidamente y después ya con más libertad, en las notas al final del libro. En Cerdos & Porteños aparecen muchas de tus experiencias en las introducciones o comentarios de las notas recopiladas. ¿Cómo ves esa irrupción de lo autobiográfico en estos libros recientes?
Creo que responde a la búsqueda de una forma literaria para temáticas y experiencias vividas sobre las que he sentido el impulso a escribir. Desde mi primera novela, Llévatela amigo por el bien de los tres hasta la segunda, Correrías de un infiel, así como en mis otros libros sobre linyeras y vagabundos, etc. siempre apareció la autobiográfico y también lo autoficcional, lo documental y lo imaginario, en proporciones que supongo tienen relación con el lenguaje y con las estructuras narrativas puesta en juego para construir un relato. Porque la cuestión es cómo se relata la experiencia. Según Philippe Lejoune, puede leerse a toda autobiografía como la expansión de la frase “me he convertido en yo mismo”. Ahora, ¿quién es ese “yo” que cambia a lo largo del tiempo, que se recuerda de distintas maneras en distintas etapas de la vida?
¿Qué revistas leías en aquellos años?
Además de The Smallholder (un newsletter que se hacía con colaboraciones espontáneas de lectores), The Body Politics que fue la iniciadora de la prensa GLBT desde 1971 hasta fin de los 80 en Canadá, y Adbusters, ya entre los 80 y 90, pionera de las protestas globales anticapitalistas y anticonsumistas. De California, que era la región con mayor influencia dentro de la zona rural en la que yo vivía, se destaca CoEvolution Quarterly, que cruzaba la tradición literaria beat con el movimiento de vuelta a la tierra, el ecologismo, las tecnologías alternativas y, finalmente, las ciberculturas.
¿Y de la Argentina?
Bueno, conozco menos, porque me fui a fines del 73 y los fanzines que circulaban en forma subterránea en los peores años de plomo, a los que no tuve acceso por vivir afuera, podrían ser tanto antecedentes de Cerdos & Peces como las revistas de cultura rock, tipo Pan Caliente, Mordisco y El Expreso Imaginario, junto a las publicaciones del destape español, como Ajo Blanco.
Viviste durante largos años en un lugar donde el ideario era muy fuerte, donde se intentó materializar una utopía de vida. ¿Sentís a veces que esa forma de vida pertenece a una época y que hoy sería impracticable? O dicho de otro modo: ¿tiene vigencia una conversación como la de Jerry Rubin y Abbie Hoffman, que abre el libro (Cerdos & Porteños)?
Siento que lo que entró en declive es la radicalidad de la impugnación, en actos de vida cotidiana, al modelo dominante, con todo su consumo espectacular y su egoísmo naturalizado. Pero es probable que el deseo de cambiar la vida sea renovable y sustentable, además de que la insatisfacción tiende a aumentar en un mundo en franco deterioro, con cada vez menos recursos y cada vez más desigualdad, intolerancia y militarismo. Ahora, el desafío es traducir un debate como el de Rubin y Hoffman no al castellano sino al presente: la discusión sobre si uno está dentro o fuera del sistema ya era improductiva en los ochenta. Hoy la cuestión sería sincerarse, si uno tiene un discurso crítico o militante porque gana algún dinero, seguridad, poder, prestigio, o si está dispuesto a perder –y cuánto- a fin de preservar algo de autonomía y de integridad personal».
-Publicada en Los Inrockuptibles octubre 2014