Por Mercedes Halfon:
Llévatela amigo, por el bien de los tres arranca con un protagonista que reflexiona sobre los modos de mantener el calor en la pareja: su paisaje imaginario es la estepa y el objetivo poblar el iglú para pasar el invierno. Lo fundamental es evitar quedarse solo, o solo de a dos, que es lo mismo pero peor. El protagonista está construyendo un territorio simbólico para comenzar su relato de aventuras sobre una pareja abierta, su pareja, sostenida durante veinte años, hasta su inevitable descenso y meditada caída. La novela es una estampa húmeda sobre el amor tal y como lo entendían ciertos grupos de libertarios de los años sesenta y setenta, entre los que sin dudas estaba el autor del relato…

El narrador escribe desde el final y rememora. Escribe desde un departamento a metros del parque Centenario mientras observa ese ritual extraño de las novias radiantes y rígidas como merengues que van a fotografiarse a orillas del lago artificial. “Nada de esto existía antes”, escribe. “El parque era un baldío salvaje. Las parejas venían a coger entre los matorrales, no hacían falta autos, no había novias de blanco. Cada domingo se juntaban por aquí los rockeros de entonces, a guitarrear, cantar o escuchar los versos de algún poeta intoxicado o los sermones de los místicos o las consignas de los bolcheviques psicodélicos que intentaban formar grupos de estudio, o imprimir boletines a mimeógrafo, o pintar en las paredes vecinas cosas como: “todo espacio es tu cuerpo/ vivan los combatientes/ muera la muerte/ hoy una pared, mañana el mundo”.
Tan lejos y tan cerca de hoy. Llévatela amigo, por el bien de los tres está nuevamente en librerías reeditado por Caja Negra, en un volumen que mantiene el texto original al que le suma una posdata del autor en la que recontextualiza y resume algunos comentarios sobre el libro publicados en su momento de edición. Publicada en 1989, la primera novela de Osvaldo Baigorria estaba a la fecha casi inhallable. Estaríamos ahora entonces, en un tercer tiempo de ese parque Centenario nocturno que tanto aparece en el libro, ese interregno donde el protagonista –Eduardo– va a observar otros modos del amor, mientras lanza frases como proyectiles encendidos y que encienden. Ese mismo parque hoy enrejado, intransitable en la noche, como muchos otros espacios públicos que dejan de serlo. Ese mismo parque que hace poco fue lugar de encuentro y de fiesta al pedido de Más amor, junto a otras consignas.
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