
Néstor Sánchez nació en Buenos Aires un 7 de febrero de 1935, siete años antes que su hermano Carlos, ambos hijos de Elvira Josefa Davis y de Antonio Sánchez: familia obrera por parte de padre, en casa alquilada en el barrio de Villa Pueyrredón. Cursó el secundario en el colegio Mariano Acosta pero no lo terminó: dejó de estudiar y empezó a trabajar a los 16 años en Ferrocarriles Argentinos. Del 58 al 65 fue jefe de redacción en el servicio de prensa de la Casa de Gobierno. Se casó con Nelly Andreu y tuvo a su hijo Claudio en 1960. Publicó un primer libro de cuentos, Escuchando a tu hijo (editorial Nueva Expresión , 1963), que nunca quiso reeditar. Durante esa década se separó de su primera mujer y se unió a Victoria Slavuski; también escribió artículos en Primera Plana. En 1966 publicó su primera novela, Nosotros dos, en Sudamericana, por recomendación de Cortázar. En 1967, Siberia Blues y en el 69, El amhor, los orsinis y la muerte en la misma editorial. Luego emigró: viajó a Caracas, conoció a Teresa Wangeman o Vaugelman -hija de un instructor de la enseñanza de Gurdjieff-, se separó de Victoria, se instaló en Venezuela y allí hizo trabajos de traducción y algunas compilaciones para la editorial Monte Ávila, entre las que se destacan Cesare Pavese y los intelectuales italianos (1971) y la antología Nuevos narradores argentinos (1970). Más tarde vivió en Barcelona y París. En el 73 publicó Cómico de la lengua en Seix Barral, editorial que también reeditó sus otras novelas en España. Fue lector y traductor para Gallimard, que en el 74 publicó su primera novela en francés: Nous Deux. Luego se pierde el hilo de la documentación, todo se precipita. Sánchez desaparece durante los 70. Descubierto en Los Ángeles en los 80, se abre el camino que lo llevaría a la casa natal que su madre seguía alquilando en Villa Pueyrredón, a publicar La condición efímera (1988), a la renuncia definitiva a escribir y al encuentro con esa muerte que lo mantuvo (pre) ocupado en vida entre el 12 y el 14 de abril de 2003.
O sea que -como se preguntaría su personaje de Alejandro Kressel en Cómico de la lengua– ¿una vida, cualquier vida, puede ser contada en diez minutos?