El periodismo en tiempos de guerra

Más de 70 años tuvo que esperar el artículo-manifiesto de Albert Camus sobre la libertad de prensa, escrito en Argelia en 1939 y censurado por el Estado colonial francés, antes de ser exhumado y publicado por Le Monde. El texto, que denuncia la desinformación en tiempos de guerra y delinea cuatro principios básicos para una deontología profesional para periodistas, entre sus párrafos más destacados dice:

«Lo que nos agradaría definir aquí son las condiciones y los medios a través de los cuales, en el seno mismo de la guerra y de sus servidumbres, la libertad puede ser no solo preservada sino también manifestada. Estos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación.

«La lucidez supone la resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad.  En nuestra experiencia, lo cierto es que todo puede ser evitado. La guerra misma, que es un fenómeno humano, puede ser en todo momento evitada o detenida por medios humanos. Es suficiente con conocer la historia de los últimos años de la política europea para estar seguros de que toda guerra tiene causas evidentes.

«Esta visión clara de las cosas excluye el odio ciego y esa desesperanza que deja hacer («laissez faire»). Un periodista libre, en 1939, no se desespera, y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder.

«Frente a la marea creciente de imbecilidad, es necesario igualmente oponer algunos rechazos. Todas los condicionamientos del mundo no harán que un espíritu limpio acepte ser deshonesto. Ahora bien, y aun conociendo poco del mecanismo de las informaciones, es fácil asegurarse la autenticidad de una noticia. Es a ello a lo que el periodista libre debe dedicar toda su atención. Si no puede decir todo lo que piensa, al menos puede no decir lo que no piensa o lo que cree falso. Un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esa libertad completamente negativa es, de lejos, la mas importante de todas, si se la sabe mantener, dado que prepara el advenimiento de la verdadera libertad. En consecuencia, un diario independiente ofrece el origen de sus informaciones, ayuda al público a evaluarlas, repudia el abarrotamiento de los cerebros, suprime las invectivas, mitiga mediante comentarios la uniformización de las informaciones; en breve, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta medida, tan relativa como puede serlo, le permite al menos rechazar lo que ninguna fuerza en el mundo podría hacerle aceptar: servir a la mentira.

«Llegamos así a la ironía. Podemos decir que, en principio, un espírtitu que tiene el gusto y los medios de imponer la coacción es impermeable a la ironía. No vemos a Hitler, por tomar un ejemplo entre otros, utilizando la ironía socrática. Así es que la ironía se vuelve un arma sin precedentes contra los que son demasiado poderosos. Completa la negativa en el sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir con frecuencia la verdad. Un verdadero periodista libre, en 1939, no se hace demasiada ilusión sobre la inteligencia de aquellos que lo oprimen. Es pesimista ante la humanidad. Una verdad enunciada con un tono dogmático es censurada nueve veces sobre diez. La misma verdad dicha agradablemente no es censurada más que cinco veces sobre diez. Esta disposición describe de manera bastante exacta las posibilidades de la inteligencia humana… Un periodista, en 1939, es por lo tanto forzosamente irónico, aunque a menudo sea a riesgo de su propio cuerpo. Pero la verdad y la libertad son amantes poco exigentes dado que tienen pocos amantes.

«Es evidente que esta actitud del espíritu, brevemente definida, no podría sostenerse con eficacia sin un mínimo de obstinación. Hay suficientes obstáculos a la libertad de expresión… Debe convenirse que hay obstáculos desalentadores: la constancia en la tontería, la apatía organizada, la estupidez («inintelligence») agresiva, y detengámonos aquí. Allí está el gran obstáculo a vencer. La obstinación es una virtud cardinal. Por una paradoja curiosa pero evidente, se pone al servicio de la objetividad y de la tolerancia».

El artículo original completo puede leerse en Le manifeste censuré de Camus, Le Monde, 18 de marzo de 2012.

Una traducción bastante literal puede encontrarse en esta página de Roberto Igarza.

Y también puede leerse en Scribd por acá.