
Lecturas y relecturas que hice en preparación para este panel y que por limitaciones de tiempo no pude desarrollar por completo:
En principio, travesía me remite al término que aparece en el Facundo para designar a esa región que mediaba entre las ciudades de San Juan y San Luis, ese “dilatado desierto que por su falta completa de agua recibe el nombre de travesía”. Sarmiento sugiere que la falta de agua es lo que daba a esa región el nombre de travesía. ¿Por qué se llama travesía a un lugar donde falta el agua? Justamente porque con esa falta no puede ser un lugar de hábitat humano: si no hay agua no hay vegetación, o al menos no mucha vegetación, y su destino es ser atravesado, pasado a través, cruzado para ir de un punto a otro. ¿Qué habitante podría vivir y crecer en semejante lugar?
La pregunta por si el medio ambiente influye sobre los humanos tanto como para forjar un carácter sería una pregunta clásica de cierto determinismo del siglo XIX, preocupado por cómo el medio, el suelo, la geografía, influyen sobre el temperamento de las poblaciones. En Facundo, Sarmiento aborda el aspecto físico de la República Argentina y los “caracteres, hábitos e ideas que engendra”. Decide que las llanuras preparan el camino al despotismo. ¿Por qué? Porque en las llanuras predomina la fuerza bruta, la autoridad sin límites, la preponderancia del más fuerte, dado que los peligros están siempre al acecho en el horizonte:
“¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República Argentina el simple acto de clavar los ojos en el horizonte y ver… nada? Cuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más (ese horizonte) se le aleja, más lo fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda. ¿Dónde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? No lo sabe. ¿Qué hay más allá de lo que ve? La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte. He aquí ya la poesía. El hombre que se mueve en estas escenas se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticos, de sueños que le preocupan despierto” (Facundo, p.78)
En segundo lugar, Martínez Estrada que, al contrario de Sarmiento, sí conoció a la región pampeana, también coincide con el autor de Facundo. Si bien lo critica sobre el final de su Radiografía de la pampa (lo llama un creador de ficciones e incluso “el más perjudicial de esos soñadores” por pretender alzar puentes sobre la realidad, construir y apurar el progreso violentamente sobre la llamada barbarie), comparte con el sanjuanino el mismo sesgo determinista mesológico, el mismo prejuicio de considerar al medio ambiente como un determinante absoluto del carácter humano:
“El que mira la pampa solo contempla una cosa inmensa que está quieta: la tierra. Todo aquello que se mueve, que acciona, que pasa, es inseguro. El ladrón de ganado, el viajero de incógnita intención, el carancho que atisba la carroña, el granizo, el viento, llevan consigo la destrucción y la inquietud. Sólo la tierra, que invita a descansar y a morir, permanece inalterable y fiel. Incita a contemplarla como bien definitivo y a desconfiar de lo restante” (Radiografía, p.289).
¿Quién podía poblar esa llanura?. Sólo alguien que venía de paso. Alquien que “prefirió vivir en la vastedad de ese dominio sin capitular, sin someterse al dominio del otro advenedizo, amasó su conciencia con el paisaje, renegó de toda tradición y de ahí resultó el gaucho” (op, cit. p. 49). Este señor errante “se negó a los goces de la vida tranquila y se hizo un ser de distancias; no amó el hogar, que era la sutura con el padre” (op.cit. p. 53).
El hábito de andar a caballo, contraído desde la infancia, sería un estímulo para dejar el hogar, según Martínez Estrada. Claro que los gauchos no eran los únicos que andaban a caballo: los indígenas también aparecen en Radiografía… aunque no tan bien retratados. Lo cierto es que la cultura ecuestre de estas llanuras se desarrolló casi al mismo tiempo entre aborígenes y descendientes de europeos (Martínez Sarasola, p 125). El caballo recién se incorpora a este suelo en el siglo XVII, importado por los españoles y criollos de origen hispano. Las poblaciones patagónicas y pampeanas originarias, tehuelches y otras, andaban a pie. En el siglo XVII el caballo transforma la cultura originaria: es posible ocupar más territorio, permite recorrer grandes extensiones, y al mismo tiempo comienza la “araucanización” de la pampa y Patagonia, con la migración de pobladores mapuche desde el Oeste que, a caballo, pueden aproximarse a los dominios cristianos en el Este, alimentándose de ganado cimarrón primero y de los propietarios criollos después. Así se produce un encuentro entre culturas migrantes de dos direcciones opuestas, un encuentro trágico, como bien sabemos, en el cual la cultura económica y técnicamente más fuerte establece su supremacía sobre la indoamericana.
El caballo permite recorrer la pampa, posibilita el acceso a un lugar inaccesible. Por eso todo hombre de llanura es oriundo de otro lugar, subraya Martínez Estrada. Y hasta el árbol de la pampa, el ombú, es oriundo de otro lugar. El ombú solo concuerda con el paisaje por sus raíces, esas raíces atormentadas y descubiertas por el viento del llano. Ese viento que es sinónimo de la fugacidad de las cosas, según los poetas del haiku, como Bashó. Es un árbol que solo da sombra (no se extrae de él la madera, no se pueden hacer de él vigas para el techo ni tablas para la mesa) “como si únicamente sirviera al viajero que no debe quedarse y que reposa”. El ombú ha venido a la pampa marchando desde el norte como un viajero solitario, “con un pedazo de selva al hombro como un linyera con su ropa” (Radiografía, p. 111)
Uno podría preguntarse entonces si el croto clásico, el peón golondrina que se hace linyera en la pampa, tenía en común con el gaucho ese destino de errancia y fugacidad. Ambos serían figuras que intentaron hacerse de un destino soberano al margen de lo establecido, figuras de un deseo que siempre se fuga hacia adelante, que se funde entre la tierra y el cielo. Héroes de ficción, sin duda, pero que han construido sus relatos de vida en base al ansia de libertad, con mayor o menor éxito, con mayor o menor fracaso –frecuentemente, fracaso. Figuras trágicas al fin de cuentas, pero que no dejan de ser entrañables y por lo tanto factibles de ser romantizadas, de convertirse en personajes de romance. Ácratas por instinto. Criaturas extravagantes, que extravagan, vagan por el extrarradio, se extravían, se pierden en una errancia infinita. Seres fronterizos, que cruzan de un lado a otro, que erran y yerran, que se equivocan. Que devienen.
Devenir croto como viaje de conciencia. Con la pampa como utopía sin techo. Con un alambrado cortado al medio para que la propiedad se disuelva. Gente que se ha hecho de ambiente en la huella, la calle, el camino.
Martínez Estrada dice que en la pampa, “en viaje de un pueblo a otro no hay nada en medio… El camino no interesa como camino; es espacio a recorrer y se trata de llegar lo antes posible”. Y al mismo tiempo “al llegar (a un pueblo) se diría que entramos al pueblo que hemos dejado, y que le viaje fue una ilusión”. Tanto así se parecen los pequeño pueblos de la pampa, con sus casas pequeñas. “No es tanto que las casas sean pequeñas cuanto que parecen chatas por la inmensidad de la perspectiva. Su pequeñez es una ilusión de óptica; es la pampa que las achica” (Radiografía, pp 111-112).
Esa pampa tiene al ombú y esa pampa tiene al pampero, el viento que viene del sur. Este viento tampoco es originario de la región pampeana, pero por allí pasa. Caminar con el viento sería una forma particular de habitar, una forma amiga de la finitud, dice Byung Chul Han. Como las nubes que pasan, que están siempre de paso y caminan con el viento. Estando siempre en camino, uno haría del viajar un hogar de estancia permanente. Si uno quisiera ser como el viento, o caminar con el viento, cuando le preguntan cómo estás, diría “estoy de paso”. Y si le preguntan qué hacés, respondería: Camino.
Pero el vacío o la vaciedad del budismo zen no es un desierto que está más allá, fuera de lo poblado, que trasciende lo lleno (Byung Chul Han, p.43-47). No es trascendente. Por el contrario, el vacío está en una inmanencia que tiene muchísimas formas. Está aquí mismo, en nuestras palabras, en los rostros más bellos, en los árboles más florecientes. Por eso el satori, la iluminación, no designa ningún estado de éxtasis o arrobamiento. Sería el “despertar a lo ordinario”. El despertar a este mundo multiforme en el que las cosas, el polvo, los huesos, las aves, las nubes y los linyeras, brillan y pasan.
En ese despertar al vacío se estaría libre de la coacción de la identidad. Se tendría la certeza (vivida, en carne propia) de que todo fluye, que las cosas pasan unas a otras, se mezclan y se complementan. Por eso el desertar, dejar al yo desierto, hacerse médano no debería ser un objetivo a alcanzar. La identidad sirve para construir ficciones, pero en la vida que vivimos somos mucho más que criaturas pampeanas, argentinas, humanas….
La identidad es un fantasma en la sangre, una fantasía que acecha nuestro ADN, un constructo, un proceso, un fruto de la contingencia. Ese fantasma sirve para construir ficciones. Solo que a veces nos confunde y hace que lo tomemos demasiado en serio, como algo realmente sólido, esencial, parte de nuestro fundamento.
Ahora bien, no sé es si la pampa es el lugar donde uno accedería a esta revelación. Quizá si se tiene a mano una buena biblioteca…
Respecto a la expresión «dialéctica de la travesía», fue tomada de Roland Barthes en Lo neutro, de su capítulo sobre la respuesta: «Todos los gestos de partida o respuestas extravagantes, es decir, que salen de las cuatro rutas de la estructura: sí / no / ni sí ni no/ sí y no, son respuestas del quinto tipo… (esta) podría ser una nueva forma de dialéctica de la travesía. Por ejemplo: el psicoanálisis, el marxismo: se los puede haber “abandonado” pero soportar mal el discurso de quienes los rechazan: no es lo mismo abandonar que rechazar: abandonar es haber atravesado».
Bibliografía
Barthes, Roland. 2004, Lo neutro, Siglo XXI, Buenos Aires.
Byung-Chul Han. 2015, Filosofía del budismo zen, Herder, Barcelona.
Martínez Estrada, Ezequiel. 1953, Radiografía de la pampa, Losada, Buenos Aires.
Martínez Sarasola, Carlos. 1992, Nuestros paisanos los indios, Emecé, Buenos Aires.
Sarmiento, Domingo F. 1963, Facundo, Losada, Buenos Aires.
El panel por zoom: