Estoy leyendo Estados del deseo de Edmund White traducido por Mariano López Seoane y publicado por Blatt & Ríos: un viaje a ese laboratorio de relaciones sociales que fueron las grandes ciudades norteamericanas de los años 70, un territorio que conocí de cerca en pleno impacto del Gay Liberation y absoluta experimentación corporal pre-sida. White -«drageado de etnógrafo», como dice el traductor- tuvo la suficiente calle para pintar su aldea y así pintar el mundo, en especial desde aquella aldea en la cual se descubrieron y revelaron en público todas las formas de orgía, S/M, leather, fist-fucking y un largo etcétera de prácticas retratadas con dosis perfectas de ironía y cariño.
Escrito ayer aunque revisado y complementado por epílogo y posfacio producidos en un hoy compuesto de ligues virtuales y mentirosos perfiles de internet, el libro es mucho más que un documento sobre la irrupción de sexualidades disidentes en Nueva York, Los Angeles, San Francisco, Seattle, Washington, el Medio Oeste, Florida e incluso la capital mormona de Salt Lake City… Es al mismo tiempo un reportaje y un tratado sobre el deseo y la necesidad de contacto humano (violento también) entre individuos que nacieron con la marca masculina del código XY y que han devenido otras y otros y otres con todas sus singularidades, variaciones y condicionamientos. Nada romántico, pero con un eje sostenido en cada página: el deseo de que al leerlo uno pueda imaginar otras vidas. Algunas muestras:
«Aquí (en el Village) comenzó la liberación gay durante el verano de 1969 y aquí se siguen llevando a cabo los experimentos más avanzados sobre la vida gay (y uno aprende que la mayoría de los experimentos fracasan)».
«La liberación gay fue fundada sobre el principio de que las mujeres y los gays de ambos sexos forman un segmento oprimido de la población que tiene mucho en común con otras minorías (raciales, étnicas y religiosas). La meta siempre ha sido un cambio en nuestra sociedad que traiga igualdad de oportunidades y nos devuelva a todos la dignidad y la autonomía… La única falla de esta perspectiva ha sido una negación firme de la verdadera fuente de poder en nuestra sociedad: esto es, el dinero».
«Más allá de la arcada hay un cuarto grande muy poco iluminado. A lo largo de una pared en cubículos sin puerta las parejas tienen sexo de pie. En otro lugar cuelgan arneses del techo. Los hombres se suspenden de ellos, con los pies para arriba como en los sillones obstétricos, y se disponen a ser penetrados con el puño. Una endeble pared en medio de la habitación está perforada con glory holes. Dos escaleras llevan a cuartos aun más oscuros, criptas de frío cemento. En uno hay una bañera donde hay hombres desnudos sentados esperando a ser orinados. Sobre los retretes a menudo nos encontramos con mingitorios humanos».
«Me parece que hay un tipo de hipocresía tan extendida que es casi indetectable: el hábito de castigar públicamente lo que uno acepta, y hasta disfruta, en su vida».
«¿En qué momento una cantidad (de sexo) «saludable» se convierte en «demasiado»? … Casi todo el mundo está dispuesto a trazar una línea en algún punto; esto es, a trazarla para los demás. Cuando se discute sobre «moralidad» invariablemente descubro, a mitad de la conversación, que lo que se discute no son las grandes cuestiones éticas (cómo debería decidir entre las exigencias en conflicto de la familia y los amigos, los individuos y la sociedad, el deseo y el amor, el arte y la política) sino la cuestión gris de los hábitos sexuales, que en mi opinión es más un asunto estético que ético, algo relacionado con lo que da placer antes que con lo que está bien o mal (en la medida en que nadie sea lastimado). Pocas personas hoy reconocen que el deseo sexual varía de un individuo a otro y que lo que es demasiado para mí puede ser demasiado poco para el otro».
«No tengo idea de si hacerse gay es un hecho político. ¿Cómo podría serlo, si es involuntario? ¿O acaso debemos revisar nuestras ideas sobre la voluntad? Cuando era niño sabía que no quería ser «ordinario»; la homosexualidad, cuando llegó, me parecía un compromiso permanente contra la familia, esa institución que destruye el alma. ¿Sentía que era diferente porque ya tenía indicios de que sería gay? ¿O me hice gay como símbolo exterior de mi estado de diferencia interior?… Los psiquiatras dicen que los hombres se hacen gays cuando sus padres son distantes y sus madres ultraposesivas. Pero (asumiendo que hay algo de verdad en esa hipótesis cuestionable) ¿no será que nosotros hemos alejado a nuestros padres? ¿No será que nosotros fuimos los que alentamos a nuestras madres a sobreprotegernos al hacerlas sentir que sus hijos querían vivir en otro lugar y de otro modo?».
«Hoy mucha gente está amargada, resentida, en ebullición constante o hirviendo de rabia, o solo profundamente decepcionada de la vida… Acabo de leer un estudio que dice que la gente joven que usa mucho Facebook se deprime más y más con cada visita, probablemente porque siempre parece que sus «amigos» se están divirtiendo más. El sindrome del suicidio en Navidad. Es verdad que la mayoría de la gente que está en Facebook está a punto de protagonizar un musical o de volar a Estambul y un par de semanas más tarde debemos padecer las fotos que prueban que se divirtieron mucho, mucho, mucho… Las pocas veces que vi a alguien postear su desesperanza, al instante los «amigos» lo ahogaron en rezos y clichés para levantarle el ánimo. El dolor no está permitido en las redes».
«Me imagino que en el próximo siglo, gente más sabia que nosotros considerará nuestra manía por el sexo como algo similar a la locura religiosa de la Edad Media: un delirio colaborativo».