La noche que descubrí a Jorge Álvarez en la terraza de Mardulce

Una mesa redonda sobre edición independiente el miércoles 23 de noviembre a la noche: Josefina Ludmer, Leonora Djament, Miguel Balaguer y Ecequiel Leder Kremer, todo coordinado por Damián Tabarovsky, bebidas, palitos y ganas de servirme otro vaso que me llevaron a destapar un vino con tanta torpeza que terminé tirando una botella de cerveza con el codo, un estrépito que interrumpe por un momento la charla pública y me conduce a refugiarme avergonzado en una esquina de esa terraza donde Juan José Mendoza señala a Jorge Álvarez en un rincón en las sombras. Me pareció un despropósito mayor que esta presencia pasara desapercibida: levanté la mano justo cuando llegaba la hora de la última pregunta y pedí el micrófono para introducir al más célebre editor y productor discográfico de vanguardia de la Argentina de los años 60 y 70. Una semana después se publicó  esta entrevista en la Ñ de Ariel Idez y Juan J. Mendoza que llama la atención sobre su retorno a Argentina y lo retrata de modo impecable como editor independiente. Una nota muy anterior, que le hice en Madrid a principios de los 90 para la revista La Caja, y cuyos párrafos principales se reproducen a continuación, se centraba en su mirada sobre el campo cultural de los 60/70 en su carácter de operador pionero del rock argentino a través de los sellos Mandioca y Talent: los pedazos que faltan para completar un perfil.

Ladies and gentlemen, con ustedes… Jorge Álvarez Editor y Productor: http://www.youtube.com/user/baltasarcullen#p/u/0/6Nk3w9UQ2b8

-¿Cómo era tu relación con los primeros músicos de rock?

«Para hace honor a la verdad, los músicos de rock no son demasiado maravillosos. Son bastante inmorales».

-Está la idea o mito de que el rock de los orígenes no era tan cínico e individualista como cuando empieza a mover mucho dinero y se convierte en big business, en algún momento de los 80. ¿Cómo ves esa diferencia?

«Las diferencias entre los 60, 70 y 80 no existen. Simplemente en los 60 había algunas ilusiones que en los 70 se fueron desgastando y en los 80 se terminaron olvidando. Pero la relación esencial de los músicos con la realidad, con el sistema y entre sí mismos, fue siempre la misma. Siempre fueron de lo peor. Lo que pasa es que esto uno no lo puede decir. Sí, eran distintos, pero no esencialmente. Pensaban lo mismo que ahora, sólo que no se animaban a decirlo».

-Hoy no quedaría tan mal que un músico de rock dijera que lo que más le importa es ganar dinero y ser famoso…

«A lo mejor antes se pensaba que eso estaba mal, pero el comportamiento era el mismo. El discurso de ellos, todas esa cosa de la paz, el amor y la solidaridad, no era tan creíble. No había tanta paz, amor ni solidaridad. Claro que tenían otras ilusiones, otras expectativas. En la década del 60 todavía se soñaba en que se podía cambiar el mundo. En los 90 ya todos saben que no cambia nada».

-Sin embargo, alguna gente del rock de los comienzos se pensaba a sí misma como alternativa o contracultura.

«No, alternativa nunca. No pienso que los músicos de rock en Argentina o en ningún otro lugar del mundo hayan ofrecido una alternativa. ¿Qué cambio proponían? Yo creo que son simplemente críticos de una realidad que ven con sus propios ojos. Como estos músicos, casi sin excepción, generalmente están despojados de ideología, su crítica siempre fue más bien costumbrista, pero sin ninguna base sólida. Por un Claudio Gabis que había ido al Colegio Nacional Buenos Aires y tenía una formación intelectual, te encontrás con un 99 % que no».

-A lo largo de los 80 en Argentina comienza a desarrollarse un interés e incluso una teorización en torno a  la cultura-rock como expresión de una cierta conciencia o sensiblidad. Pero ¿cómo recibieron los intelectuales de los años 60 y 70 la irrupción del rock?

«Ah, los intelectuales pensaban que los del rock estaban en la pavada más absoluta. Eso, originalmente. Cuando empezaron a descubrir que conectaban con los jóvenes, que conectaban con la realidad, vieron que era gente que podía ser captada para dar conciencia política y a través de la cual podían pasarse ´mensajes a las masas´. Nos estamos refiriendo a lo que pensaban los intelectuales. Yo no me considero un intelectual. Yo pensaba que había que dejarlos y no atacarlos, y que expresaran el grado de conciencia que tenían. Nunca intenté comerle el coco a ningún músico ni darle ninguna ideología. Tampoco hablaba mucho con los intelectuales de esa época sobre estos temas. Como editor, con sólo un par de títulos de autores extranjeros, yo había sido evidentemente un ´nacionalista´, pero como manejaba el movimiento rockero, eso a algunos los confundía. Con el único que llegué a hablar algo fue con David Viñas, que era el más ortodoxo. Viñas, que estaba medio sorprendido antes la capacidad de comunicación que tenía un tipo como Charlie García, tuvo ganas de conocerlo. Se lo presenté, se encontraron varias veces a solas, y supongo que en esos momentos él habrá tenido alguna influencia o le habrá dado alguna mayor conciencia a Charlie. Conociéndolo a David, que es un tipo que está siempre con el catecismo… Pero no sé mucho más. Porque en los 70 ya no me mezclaba con los intelectuales o los escritores. La mayoría de los intelectuales de esa época en la República Argentina decidió apoyar la lucha armada. A mí eso me parecía un suicidio político y humano, algo terrorífico para el país, cosa que efectivamente se comprobó que fue. Todo aquello dio lugar a una época siniestra, con la muerte de gente maravillosa. Si yo tenía algo en claro es que eso iba a suceder, y que sería el final de la historia».

-Volviendo al rock, sabrás que ahora existen materias en la Universidad de Buenos Aires que lo incluyen como objeto de estudio…

«Y, estamos en los 90. Pero es que si los intelectuales no cambian después de treinta años, habría que encerrarlos. No, la aceptación vino por otro lado. Los hijos de gente como David Stivel no leían los libros de papá ni se reunían con el psicoanalista Fontana ni estudiaban a Stanislavsky: escuchaban a los Rolling Stones. El cambio de los intelectuales viene cuando descubren que los del rock son muchos. Y que a sus hijos les gusta eso que ellos rechazaban».

-Pero ¿por qué lo rechazaban?

«Y porque si sos un intelectual de la década del 60 en Argentina qué vas a hacer con el rock and roll. Cómo lo vas a incorporar a tu vida. No entraba dentro de su formación ni de su estructura mental que la música de los jóvenes pudiera ser algo importante. Casi siempre los intelectuales se caracterizan por estar alejados de la realidad: nunca entienden muy bien lo que pasa. Esto es siniestro decirlo, pero es la verdad. No entienden bien lo que pasa porque tienen su esquema, su forma de ver al mundo, y sólo incorporan lo que calza dentro de ese esquema».

-También es cierto que el pacifismo y el «pro-americanismo» de la gente del rock no podía encajar muy bien en una época de tanto discurso antiimperialista…

«Bueno, los músicos eran así porque tenían una influencia específica: el rock and roll viene de Estados Unidos. Es música del imperio. Hoy me resulta gracioso que se piense en esos términos al hablar del rock. A veces leo a periodistas argentinos que se plantean, en alguno de esos suplementos para jóvenes que hay en los diarios, hacer un comentario sobre rock con un lenguaje o desde una perspectiva antiimperialista. Me parece que están totalmente despistados. El hecho de asumir la música del país dominante quiere decir que asumis algún tipo de coloniaje. ¿Cómo te podés plantear conversar sobre rock desde un discurso antiimperialista si ya la esencia de la situación es imperialista? Es decir, yo fui profundamente antiimperialista, jamás edité un disco en inglés ni dejé grabar a nadie en ese idioma. Vox Dei se llamaba Match 4 y cantaban en inglés. Yo les dije: así no los contrato. Pero eso era en el 69, 70. Han pasado más de veinte años. Hasta el 74 todo eso podía ser, pero hoy, en los 90… Es una broma de mal gusto».

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Entrevista de Osvaldo Baigorria, grabada en Madrid en 1990. Publicada  como «Jorge Álvarez: Un testigo molesto» en La Caja, junio/julio de 1993

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