Perdóneme por escribir demasiado pero le amo y no puedo dejar de hacerlo

La frase es de Giséle Lestrange en su correspondencia con Paul Celan, publicada por Siruela, según esta nota de Juan Fernando García que habla de las cartas de escritores como «huellas arqueológicas de un tiempo de las comunicaciones alejadas de cualquier inmediatez» y como «hilos que sostienen la red que toda biografía deglute en prosa ajena. Y cuando ese relato –ya sea casual, esnob, comprometido, digresivo, sufriente– tiene el brillo de sus obras, esas raras piezas culturales son un abono preciado de los versos y las prosas amadas. Se cuentan de a miles. Hay perlas imperecederas: las que se cruzan Néstor Perlongher y Osvaldo Baigorria; las brillantes epístolas de Mary McCarthy y Hannah Arendt; el triángulo del verano del ’26 entre Ajmátova, Rilke y Pasternak. La correspondencia entre Paul Celan y Giséle Lestrange, más algunas a su hijo Eric, en el arco que va de 1951 a 1970, es una de las novedades editoriales más exquisitas del año. Y trae al presente la necesidad de revisitar una obra poética irreductible, así como también la figura de una escultora de fuste que, a la luz de estas cartas, cobra otra dimensión. El trabajo editorial de Bertrand Badiou es, sencillamente, encomiable. Las notas que acompañan cada envío permiten leer en contexto los sobreentendidos, y a ese corpus se suma la imperiosa necesidad de volver a esas piezas líricas que conforman una cumbre del siglo XX».

Más sobre esas correspondencias (a veces no correspondidas), por acá.