
Una breve visita al lugar en el que me asenté años ha por algún tiempo: Argenta, que en los ’80 tenía entre 150-180 residentes y que hoy tendrá 100 aprox. junto al lago Kootenay, entre las montañas del mismo nombre tribal (pronúnciese «kúteni»), paralelo 50 Norte y 900 km al Este de Vancouver. Casas dispersas en el Bosque. Ocultas, emboscadas en su mayoría aunque hay algunas a la vista cerca del camino principal.
En Postales de la contracultura. Un viaje a la Costa Oeste (1974-1984), Caja Negra, se narra el periplo que me llevó hacia esta comunidad intencional, concepto que desarollo (un poquito) en ese mismo libro. Hoy queda poco de lo comunitario tal como era entendido entre los ’60 y los ’80. Hay un par de cooperativas de vivienda (en alguna tienen reglas para que nadie pueda vender una propiedad, incluso a otro miembro aceptado por la cooperativa, a un precio máximo de $60.000 Can., que es entre un cuarto y un tercio del valor de mercado, por poner un ejemplo). Pero la mayor parte son propiedades individuales, de gente retirada o con emprendimientos familiares (madera, plantaciones) y neo hippies que crían hijos a rolete, entre creencias new age, viviendas precarias y un sentido de seguridad pública que no encontrarían en las ciudades. Lo que falta (the missing part) es la motivación del back-to-the-land movement, ese movimiento de «vuelta a la tierra» que llevó a tantos refugiados y desertores de la urbe (e incluso de las guerras de Corea y Vietnam) a buscar pedacitos de planeta como éste para practicar la autosubsistencia, para vivir lejos del consumo, la carrera de ratas y el sacrificio laboral. Era otra época, sin duda. A este movimiento le pasó lo mismo -esa aplanadora que pasó por encima- o algo parecido a todos los demás.

Al fondo del camino está Mount Willett, 2276 metros sobre el nivel del mar, y este es un día parcialmente nublado de julio de 2019. Mis amigos Bill Fisher y Tom Zepp caminan de vuelta del Earl Gray Pass, donde fuimos de hiking por un tramo, a ver cómo se había reforestado naturalmente la zona arrasada por un incendio hace más de diez años. Los arbolitos crecen con tenacidad si se los deja solo a merced de la constante irrigación de agua y nieve. El invierno es omnipresente, dura por lo menos seis meses. Y el verano, dos con suerte. En invierno, la temperatura puede bajar a los 20-25 bajo cero. En verano, subir a 30-34 si hay sol pleno, sin nubes, lo cual este año es una rareza… Pocos días de sol, mucha lluvia, máximas de entre 14 a 18 grados durante el día, frío a la noche, y sin embargo Bill y Tom están contentos como casi toda la gente del lugar porque al menos este año (todavía) no hay incendios como en años anteriores. La disyuntiva es verano frio y húmedo o sequía y peligro de incendio: lluvia o fuego.

La cabañita que llamé hogar por tres semanas, un monoambiente de 3 x 5 mts. con cama de una plaza, sin cocina (sólo tetera eléctrica y tostadora) y baño afuera a 10 metros de Bosque («baño afuera» es un decir, no hay agua, solo un agujero al medio y tapa de madera como inodoro, un tacho para papel higiénico, otro para papel usado a quemar más tarde y otro con aserrín para echar de a puñados sobre las heces, lo cual ayuda a que las bacterias aeróbicas descompongan la mierda y esta pueda ser usada como abono, compost para el huerto). Desde esta base recorrí Argenta, visité viejas amistades, hice algunas nuevas, me reencontré con el lugar que fue refugio y continente de otros años. En Postales… intenté reponer aquella experiencia, describiendo la comunidad fundada por cuáqueros que emigraron de EE UU en tiempos de Corea y macartismo y que luego albergó a fugados del servicio militar en tiempos de Vietnam y a expatriados de diversos orígenes.
Aquellos cuáqueros formaron la primera cooperativa de trabajo y vivienda en los años 50, luego la primera y única escuela, la Argenta Friends School, y también la singular y ya extinta imprenta, la Argenta Friends Press. En esta última se imprimieron libros como éste:

Con cierta ironía en el subtítulo, ya que no se trata de mitos ni leyendas y nadie era «nativo» de Argenta, esta es la primera antología en la que participé, con 1 poema y 2 cuentos. De 80 páginas, fue publicada por Lost Trends, 1984, ISBN 0-920257-003-3, editada por William Gray y otras y en ella también participaron (además de Gray, quien poco después cambió su nombre de pila a Nowick) Betty Tillotson, Inger Kronseth, Ellen Burt, Tom Zepp, Nigel Starbuck, Edith Gorman e Inge Lehner. La ilustración de tapa es de Richard Gross. En el interior hay otros dibujos de Gross, así como de Bill Fisher y Debbie Borsos. El título del libro juega con la idea de sacar a pasear a los muertos, como cuando uno está sacando a pasear al perro («walking the dog») y está tomado de un poema de Tom Zepp en la página 61. Lindo reencuentro.
El poema podría traducirse como «A caminar con los muertos». Dice algo así:
«Sobre la alta cresta del Palouse, en primavera
Saco a pasear a los muertos.
Avanzamos por el camino, en tenaz metamorfosis
Mozart y Hesse tocan canciones de Janis, cuatro manos
Mientras Newton y Blake se baten alrededor, en duelo
De espadas perfectamente templadas
Issa y Basho comen 17 papas fritas
Y conversan sobre el soneto
Desde el aire, Brahms y Beethoven nos saludan
Mientras Bach enciende el flipper del cielo
Y le hace echar humo, pero nunca inclinarse.
Detrás, perros académicos estudian nuestras heces.
Los muertos me aman
Admiran mis gestos fingidos
Mi habilidad para mentir
Mi fe en los relojes
Mis vísceras sufrientes de deseo
Ellos claman porque los deje entrar
Guiados por los perros
Insinuándose, amables como palomas, astutos como serpientes
Dentro de mis fosas nasales -almizcle genital
Lenguas de repente paralelas a la mía
Los muertos juegan con mis vísceras, se acurrucan como en casa en mis entrañas
Yo los llevo encantado de paseo
Y juntos nos alimentamos de la clara luz de Marzo».
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