Las piezas que componen este libro son reescrituras de crónicas o “notas” en el sentido argentino y rioplatense del término, escritas durante el período en el que viví en una isla de Tigre, en el Delta del Paraná (2006-2016)… Este es más o menos el inicio del libro que acabo de publicar con Borde Perdido, editado con elegante diseño y arte de tapa de Sebastián Maturano y una simpática contratapa de Marie Miy en la que se lee lo siguiente:
«El Tigre deja de ser un lugar ajeno y desconocido para transformarse en isla con cuerpo, con historia. Esa montaña de verde —de verduras a la lejanía— se convierte en universo paralelo, donde detrás del desencanto se respira, de todas formas, magia.
«La contaminación que se inhala es entrecortada, de a tramos, de forma similar a los peces que intentan sobrevivir a la falta de oxígeno generada por la acumulación de mierda y de lo trash-contaminante, aunque también puede tornarse el lugar más encantado de tus sueños.
«Historias de glifosato y de militantes de los 70 viviendo en el exilio interior, de peces muertos y escritores embrollados en el amor por una isla-enigma, proto-asesinos en serie, mujeres refugiadas de la urbe que sostienen una biblioteca fluvial, un Frente de Liberación Isleño o un Frente Isleño de Liberación, pueden encontrarse en las páginas de Estrés de pez. Un Delta narrado donde aparecen voces foráneas, del guaraní paraguayense al castellano impostado de la “inglesada” colonizadora.
“El Tigre es opaco, reserva su energía, jamás muestra su fondo” escribe Baigorria. Y desde ese fondo desmesurado emergen estas historias sobre lo que significa el llamado de la isla, o el llamado a aislarse. El Tigre es un cuerpo que seduce y el Delta son piernas que piden ser atravesadas, tan enigmáticas como lo descubierto, lo sugerido y lo no dicho en Estrés de pez».