En una entrevista para el diario Tiempo Argentino a.V. (antes del vaciamiento), Nicolás García Recoaro me pregunta sobre Llévatela, amigo, por el bien de los tres:
-¿Cómo recordás la cocina de la escritura de Llévatela…?
-Fue tipeada en una máquina Olivetti portátil en un ardiente monoambiente de la calle Cachimayo, a media cuadra de Avenida Rivadavia, en el verano de 1988. Eran tiempos sin aire acondicionado, sin televisión, sin Internet ni otra pantalla móvil o fija para anclar la mirada. Fue escrita de un tirón, casi sin corrección. Luego releí lo que había escrito y taché y tiré muchas páginas, más del doble de lo que quedó al final. Creo que la novela ganó por sustracción.
-En la posdata rememorás la curiosa presentación que tuvo el libro.
-Presenté a la novela en la discoteca Nave Jungla, de Sergio Aisenstein. Mi memoria imprecisa me dice que fue algo muy loco para ese momento. Sabuki, un actor under de esos años, leyó unos fragmentos del libro, mientras unas chicas los actuaban. Proyecté unas diapositivas con imágenes de una ex pareja mía atada con sogas y otras diapos de animales. Sergio ponía la música, gritaba desde su cabina de DJ y todos terminamos bailando después de la presentación, en medio de los números que habitualmente presentaba la disco, con sus enanos haciendo striptease y sus performers con serpientes o escupiendo fuego por la boca. Fue un gesto olvidado, creo que en parte por la marginalidad misma del autor. A veces pienso que soy como una especie de infiltrado al que se lo descubre enseguida, una persona que está siempre al margen, alejado del centro y que nunca hace los movimientos correctos. En el momento de hacer una intervención -publico el libro, lo llevo, lo leo en público- siempre me siento como una especie de extranjero. Presenté el libro y de inmediato me fui a vivir a Europa. No me quedé a hacer prensa, a difundirlo, como si hubiera decidido seguir en esa línea marginal.
-¿Hay elección en eso?
-Ahí me preguntaría mejor si hay destino. Es cierto que siento una fuerte inclinación a moverme por el afuera, por lo no céntrico, lo excéntrico. Una fascinación o una atracción. Pero no es algo que piense racionalmente. Por ahí si lo pienso un poco, me agarra una especie de remordimiento: ‘yo debería estar haciendo otras cosas, estar careteando y tratando a otra gente’, pero al fin y al cabo, la veta excéntrica es incorregible, me termina ganando, y eso pasa, creo, porque ante todo me divierte la experiencia del afuera.
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