El Hombre de la Vaca

Hace unos setenta años llegaba de Córdoba a la ciudad de Buenos Aires un morocho corpulento de 1.84 metros de estatura y 114 kilos de peso, ataviado con un fez violeta que le cubría la cabeza y una camisa rusa con condecoraciones que le cubrían el pecho, dispuesto a desafiar a las instituciones y a las costumbres porteñas con discursos proferidos a la orejas de una vaca lechera que pasearía por la calle Florida, la Costanera, el Congreso de la Nación, la Academia Argentina de Letras, la redacción del diario La Prensa y el Luna Park, entre otros lugares.

“Hermana vaca, es probable que no seamos comprendidos. Pero tampoco lo fueron Cristóbal Colón y Domingo F. Sarmiento”, diría en voz alta a su acompañante vacuno. “Allí dentro, entre alfombras rojas y arañas que imitan una capilla de alcoba galante, está toda la gente de cogote gordo de la ganadería argentina, que ha mercado con las lonjas y las costillas de tus hermanas, vendidas a los frigoríficos sajones”. O, según el lugar elegido como blanco de su ataque: “Se denomina Estado a la cosa pública, por el ‘estado’ en que queda después de los decretos”. O: “La vida pública argentina inspiraría risa, si no se estuviera impuesto a tomarla en serio para no mancillar la propia dignidad”. Y también: “Somos una República formada de aventureros. Detrás de la pared donde se educan españoles y nativos se ven los carcelarios que acompañaron a Colón. Anotemos que poco hemos cambiado. ¡Los asaltantes estamos más apaciguados! ¡Pero somos los mismos ladrones! ¡Los mismos aventureros!… Todos los hombres que sobresalen en este país son malos”.

Mientras tanto, la vaca depositaría tortas de abundante bosta en las calles, puertas, alfombras o escalinatas de los edificios, gracias a las inyecciones de pilocarpina, un potente laxante que se le había suministrado minutos antes de la performance. Debe aclararse que su amo o cuidador era veterinario. Se llamaba Omar Viñole.

Escuché hablar de él por primera vez a fines de los años 90. Una idea surgida en el café-librería Gandhi de Buenos Aires me entretuvo por un tiempo en la búsqueda de información, autores y bibliografía para un proyecto que nunca fue formalizado: un“extravagario argentino”, según la denominación acuñada por María Moreno. La antología debía incluir a una serie de individuos excéntricos que en algún momento de la historia argentina habían sido renombrados o discutidos y luego fervientemente olvidados. Los nombres fueron apareciendo a medida que se conversaba con quienes se sintieran atraídos por esas “figuritas difíciles”, al decir de Christian Ferrer. Recuerdo haber contactado y/o encargado trabajos a Bárbara Belloc, a Alfredo Gieco y Bavio, a Florencia Abbate y a Soledad Vallejos, entre otras. El nombre de Omar Viñole fue aportado por Horacio González, si no me equivoco. El resto de la serie estaba compuesto por José Posadas, uno de los fundadores del trotskismo argentino, conocido por escribir textos sobre la futura sociedad comunista y los platos voladores; Federico Peralta Ramos, oveja negra de una familia oligárquica que se habría gastado la Beca Guggenheim en una noche de juerga en el Hotel Alvear; el inclasificable Bonino, actor e inventor de un idioma propio; Enrique Badessich, predicador del amor libre y diputado del Partido Bromosódico Independiente; Charles de Soussens, pintoresco dandy de la bohemia porteña; Vito Dumas, el navegante solitario; el elegante Vizconde de Lascano Tegui; el pornógrafo y millonario Raúl Barón Biza; el cacique-coronel Manuel Baigorria, que vivió veintiún años entre los ranqueles (finalmente, Barón Biza fue trabajado por Christian Ferrer, quien terminó publicando una biografía sobre ese autor, y Manuel Baigorria fue inspirador de Correrías de un infiel, novela de quien escribe). En cuanto a Viñole, el periodista Mariano Wolfson reunió información que quedó cajoneada junto al resto de esa antología fantástica de seres extraterritoriales, asociados a cierto delirio pero también a una inclaudicable singularidad.

¿En qué otra tradición podría insertarse a Omar Viñole? Si se quiere separar de modo tajante la historia de la cultura argentina en dos grandes tradiciones, una liberal-elitista y otra nacionalista-popular, se verá de inmediato que aparecen posiciones e intervenciones intelectuales que no calzan en ninguna de las dos. Viñole estaría en esa amplia zona del medio, pero al mismo tiempo en los márgenes, con todo su discurso inclasificable, errático, fragmentario, por momentos incoherente, pese a los esfuerzos que pueden haber hecho algunos como Ernesto Goldar en ubicarlo como representante de cierta corriente “popular” o pre-populista entre los años 30 y 40. De hecho, Goldar lo estudió en una antología que preparó para Todo es Historia, titulada “Los excéntricos”. Qué otro epíteto podría calificar mejor a Viñole, un autor que llegó a declararse “anarquista cristiano”, que se decía seguidor de Gandhi y admirador de Mussolini, y que propuso la “nacionalización de un tipo de raza americana” dentro de una programa de eugenesia que impidiera llevar a cargos públicos a los hombres “deformes, desnutridos o contrahechos” puesto que “desprestigian la nacionalidad”.

Si analizar la obra de esta “figurita difícil” es más que complicado, al menos se pueden señalar algunos hechos destacables de su vida pública. Nacido en 1904 en Bragado, provincia de Buenos Aires, vivió y estudió en la ciudad de Córdoba, donde fue médico veterinario de la Municipalidad y presidente de la Sociedad Protectora de Animales. Escribió decenas de monografías médicas y científicas que muestran cierta heterogeneidad temática (tuberculosis bovina, guerra bacteriológica, deficiencias cardiovasculares en los intelectuales, etc.), además de cuarenta y pico de libros según consta en la Bibliografía incluída en esta edición, preparada por Ariel Fleischer, quien además ha colaborado con datos y observaciones a la realización de este prólogo.

En Córdoba, Viñole creó la revista Urotropina y una Universidad sin techo (funcionaba al aire libre en una plaza) de la que fue Rector y único profesor, otorgando títulos como Doctor en Dignidad y en Depravatius Causas. Quiso postularse en algún momento a gobernador de la provincia por su propio partido, el Pan, cuya plataforma se componía de un mix de propuestas progresistas, liberales y proto-fascistas, desde el voto de la mujer y el estímulo al cooperativismo hasta leyes antimonopolios y otras que castigaran la mentira “como instrumento de usufructo personal”, así como la prohibición de designar legisladores a los ciudadanos mayores de 50 años, el fomento intensivo al deporte y ciertas políticas eugenésicas para promever “la formación de la unidad moral del pueblo argentino en los ideales de belleza, tomando de almanaque la eternidad”. Con semejante programa, no llegó siquiera a conseguir su postulación y su carrera política cordobesa fue abandonada, tras lo cual parece haber sentido el llamado a intervenir directamente sobre Buenos Aires.

Entre fines de 1934 y principios de 1935 se inicia en esta ciudad la carrera de Viñole como “empresario de escándalos”, según su propia definición. Amigo tanto de Salvadora Medina Onrubia como de Natalio Botana, director de Crítica, consigue apoyo directo de este diario para su campaña de conferencias y performances. En una de primeras las notas que se le hacen aparece fotografiado junto a una vaca, hablándole al oído al animal. Crítica anuncia: “Omar Viñole se va a España llevándose como compañera a una vaca lechera. El humorista cordobés, desengañado de los hombres inaccesibles, según él, a sus elucubraciones filósoficas, asegura que el manso cuadrúpedo que le proporcionará leche fresca durante su travesía tiene un espíritu mucho más comprensivo”.

La sátira a la “vaca atada” de la oligarquía que realiza este loco suelto pronto irá más lejos. En enero de 1934 camina por la Costanera con el mamífero y es seguido por unas ochocientas personas, según los periodistas. Luego ofrece una conferencia en el teatro Avenida sobre “La no existencia de locos y muertos y la no existencia de razas” y realiza un strip-tease sobre el escenario hasta quedarse cubierto solo con un diminuto taparrabos. En marzo de ese mismo año ofrece un espectáculo de catch en el Luna Park, desafiando al luchador ruso Martín Zikoff, para demostrar, según dijo en un reportaje, “que el cerebro no está reñido con el músculo”; por supuesto que lleva a su vaca, a la que deja atada en un corner del cuadrilátero. Luego de exclamar, entre abucheos y silbidos de los asistentes, que “estos treinta mil crápulas que vienen a vernos risueñamente son dignos de la más alta lástima”, lucha ferozmente con Zikoff, quien enardecido llega a atacar al árbitro y finalmente es descalificado, razón por la que se declara vencedor a Viñole. En mayo protagoniza escándalos en la Academia Argentina de Letras y en el desfile militar en homenaje a la visita del presidente brasileño Getulio Vargas. Luego va con su vaca y sus discursos a la calle Florida y al Jockey Club, al edificio del diario La Prensa y a las escalinatas del Congreso nacional. Tiene problemas una y otra vez con la policía, que sin embargo nunca termina de llevarlo preso, tal vez por la perplejidad que despertaba el carácter bufo de esas intervenciones y los festejos de un público más dispuesto a reírse de Viñole que a reir “con él”. Es célebre su altivo desafío a un efectivo policial que le ordena retirarse: “Pero ¿quién es el que molesta, yo o la vaca?” Y ante la cándida respuesta “es la vaca”, la réplica de Viñole: “Entonces que la lleven detenida”.

Otras ciudades conocen también sus incursiones. En Montevideo intenta dar una conferencia en el teatro 18 de Julio pero los 10 centigramos de laxante administrados al animal producen tal cantidad de bosta en el escenario que el público interrumpe con gritos e insultos. En Mar del Plata, durante el verano de 1936, se pasea por la playa con su vaca, dejando cuantiosas deposiciones fecales sobre las arenas y las aguas del mar, mientras despotrica contra “una sociedad decadente que comienza con la aparición de mujeres que muestran sus nalgas y hombres andrógenos (sic) que salen en short a tentar a las pitucas”.

Moralista en genio y figura, a fines de la década del 30 se retira casi como un anacoreta a una isla del delta de Tigre, donde funda su Escuela de Meditación. Tiene unos pocos discípulos, que reciben el título de Hermanos Azules, pero muchos curiosos llegan a visitarlo y a soportar no sin incomodidad algunas de sus lecturas públicas, como aquella de 1938 en que lee en voz alta a dos cerdos su “Canto a la crueldad dorada de mi pueblo” y arroja azucenas a los animales. Más tarde pide ingresar a la orden de los franciscanos, pero no llega a soportar el encierro en una comunidad monástica. Escribe y lee su largo poema “Canto confesional a San Francisco de Asís” a las vacas lecheras del convento de San Antonio a forma de despedida de la orden.

El rito y la teatralización parecen fundirse en cada una de las acciones de Viñole, en gestos que alteran la solemnidad de lo sagrado con la comicidad de la sobre-representación y cruzan las fronteras entre la seriedad y la risa. Como muestras de ese estilo, se adjuntan algunas de sus frases, aforismos y apostillas, agrupadas para esta edición bajo el título de “Viñoleadas”. Además, se agregan en el Epílogo seis textos tomados del libro Cien cabezas que se usan, donde son retratados Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios, Natalio Botana, Oliverio Girondo y Juan José de Soiza Reilly, a lo que se suma una nota final titulada “La cabeza del hombre perfecto”,

Diez años después de sus andanzas más conocidas, Omar Viñole se acerca en 1945 al peronismo a través de los Centros Independientes. Comienza a escribir para el diario El Nacional que, junto al Partido Laborista y el Partido Independiente, trabaja por la candidatura de Perón. Incluso le ofrecen ser precandidato a diputado pero renuncia y se dedica a publicar el semanario “Tanke”. Su adhesión parcial al nuevo régimen termina poco antes de mediados de los `50, cuando Viñole vuelve a ser el mismo francotirador de siempre. Con ánimo de revisar los años en los que adquirió más notoriedad, escribe entonces El hombre de la vaca, que es al mismo tiempo relato de sus peripecias y condensación de sus ideas. Muere en 1967, luego de haber dedicado los últimos tramos de su vida a la pintura y la escultura.

Dicho esto, debe aclararse que El hombre de la vaca, publicado en 1956 por la editorial Teocracia, probablemente no sea el mejor de los libros de Viñole ni aquel donde se despliegan plenamente los recursos del autor, que pasa de la ironía al sarcasmo, de la argumentación al aforismo, de la apelación mística a la burla nihilista. Al contrario, el lector hallará –como yo mismo he hallado- enormes dificultades para empezar a leer este libro y muchas más para terminarlo. A tal efecto, propongo que, en el caso de que resulte tedioso, el lector saltee todos los capítulos preliminares, las advertencias que, quizá remedando sin demasiada elegancia las ocurrencias de Macedonio Fernández, demoran la entrada en materia. Entre ellos, las “Palabras del Editor” (que en realidad son palabras del autor), la “Dedicatoria” (absurda y solemne apelación, sin pizca de ironía, a Jesús de Nazareth), las “Dos palabras a cualquier hombre del mundo actual” (en verdad, cinco páginas de divagaciones místico-políticas), y otros capítulos con los que lentamente Viñole despliega su obra. Seguramente encontrará más ameno entrar directamente a leer las andanzas de Viñole a partir de la mitad del libro, en “Un Hombre y una vaca en plena calle Florida y delante del Jockey Club”. O tal vez un poco antes, en el capítulo “El Hombre de la vaca y la bendición de las armas”, donde el autor, conmocionado por las pruebas de la bomba de hidrógeno en los años 50, despliega su crítica al armamentismo y a la estupidez humana, siempre con su tono apocalíptico y sus obsesiones geométrico-matemáticas. O quizá pueda acceder al libro en el capítulo “La edad en que deben ser educados los seres”, donde Viñole esboza su idea de que las personas no deben ser educadas antes de los treinta años por razones de química orgánica, ya que en las primeras tres décadas de vida una combinación hormonal inadecuada impediría un “pensar equilibradamente”.

En fin: no quiero demorar ni un segundo más el apasionante y quizá riesgoso acceso del lector a las páginas de El hombre de la vaca. Solo restar insistir en que hay mucha obra del autor que quedó olvidada o perdida en los meandros de la historia, como puede observarse en la Bibliografía adjunta, que en sí misma es una muestra de la extravagancia y atipicidad de los títulos e intereses de Viñole.

Buen provecho.

(Texto completo del prólogo a El hombre de la vaca, Colección Los raros, Biblioteca Nacional)

Bibliografía (preparada por Ariel Fleischer)

Obra publicada

  1. Profilaxis contra la tuberculosis bobina. Morteros, Sin datos, 1924.
  1. José Enrique Rodó. Córdoba, Imprenta Penitenciaria, 1932.
  1. Cabalgando en un silbido. Córdoba, Marzano, 1932.
  1. La camiseta del jefe de policía. Córdoba, Editorial Tanke, circa 1933.
  1. A usted le sale sangre. Córdoba, Editorial Tanke, [1934].
  1. Veronal o la vaca que tomaba cocaína. ¿Córdoba?, circa 1934.
  1. Jesús en una casa de departamentos. Córdoba, Editorial Tanke, [1934].
  1. Cómo vienen al mundo las palabras. Santiago de Chile, Editorial Ercilla, 1935.
  1. El hombre que se depiló la ingle. Buenos Aires, Editorial Claridad, circa 1935.
  1. Cien cabezas que se usan. Buenos Aires, Editorial Claridad, circa 1935.
  1. Alambres de yeso: Poemas en verso. Buenos Aires, Editorial Claridad, circa 1935.
  1. Mi disconformismo filosófico. Buenos Aires, Editorial Claridad, circa 1935.
  1. Lo que la vaca piensa de Buenos Aires. Córdoba, Editorial Tanke, [1935].
  1. La caligrafía de los juanetes en la arena de Mar del Plata. Buenos Aires, Editorial Tanke, 1936.
  1. Por qué soy amigo de Manuel A. Fresco. Buenos Aires, Editorial Tanke, 1936.
  1. El plagio en el parlamento argentino. Buenos Aires, Editorial Tanke, 1937. Prólogo de Elías Castelnuovo.
  1. El silencio de Dios. Buenos Aires, Ediciones Anaconda, 1937. Prólogo de Ramón Gómez de la Serna.
  1. Apóstoles, canallas y vividores de la vida pública argentina. Buenos Aires, Editorial Tanke, 1939. Prólogo de Juan José de Soiza Reilly.
  1. Leche de higos. Buenos Aires, Editorial Anaconda, 1941.
  1. Caña de pescar. Buenos Aires, Sin datos, 1942.
  1. El terror de los argentinos a la imaginación creadora. Buenos Aires, Editorial Tanke – Cuadernillos de la “Escuela de Meditación”, 1942.
  1. ¿Qué ideas ofrecen al país los candidatos a la más alta magistratura? Buenos Aires, Sin datos, 1943.
  1. Canto al Gran Matarife. Buenos Aires, Editorial Tanque, 1945.
  1. El “hombre de la vaca”. Buenos Aires, Editorial Teocracia, 1956.
  1. A John F. Kennedy. Buenos Aires, Imprenta Salaberry, 1961.
  1. Canto del inmigrante. Buenos Aires, Editorial Teocracia, 1963.

Obra publicada pero no consultada

  1. No pisarás mi sombra.
  2. Escritos y cuentos camperos.
  3. Psicología de los que van al cine.
  4. Mapa pomológico de la República Argentina.
  5. Omar: Poemas tagorianos.
  6. Las primeras experimentaciones de genética vegetal en épocas del Virrey Cisneros.
  7. Cristóbal Colón de origen luético.
  8. Minucias en que perdía el tiempo el Cabildo de Córdoba.
  9. Biología sentimental.
  10. Las primeras intervenciones quirúrgicas con anestesia local.
  11. Inspecciones de carne en la época del Virrey Sobremonte.
  12. La guerra bacteriológica o el exterminio de la humanidad por infecciones.
  13. La agonía del derecho.
  14. Vidrio molido.
  15. El vademécum del perfecto diputado.
  16. El ojo que no tuvo paisajes.
  17. El dolor de las imágenes.
  18. Anafilaxis de fantasmas.
  19. Psiquismo y deficiencias cardiovasculares en los intelectuales.
  20. Mensaje a los desventurados que me conocieron como idiota.
  21. La distancia entre el Ser y el Yo.

 Obra inédita

  1. Tres poemas.
  2. ¡Buenos Aires se envenena!
  3. La dinastía de los Cárcanos.
  4. Stefan Erzia.
  5. El último mulato (Pedro Frías).
  6. La fecundación artificial de las especies.
  7. La anquilostomiasis en la República Argentina.
  8. El General Agustín P. Justo ante la historia.
  9. La filosofía como ciencia de la soledad.
  10. La distancia entre el hombre y la palabra.
  11. Ernesto Sanmartino, león de sábana.
  12. La estatura de la Sed.
  13. La Argentina, país sin honra.