Descubrir que mi cuenta de Twitter -poco usada y quizá por eso vulnerable al hackeo- se vio sometida durante horas a que amigas, colegas y conocidos recibieran mensajes en mi nombre con enlaces a sitios no seguros, coincidió significativamente este domingo con la lectura de la nota de Juan José Mendoza en Ñ, “Nuevas avenidas del resentimiento” (en su versión original, “Ampliación del campo de batalla”) sobre los cambios en las relaciones entre internet y escritura en los últimos años, y los peligros –literales- de amenazas, acoso, discriminación e intolerancia a las que nos vemos expuestos en estas redes que nos conectan y atrapan.
En un recorrido por los casos de Amanda Hess -periodista freelance sobre sexo y vida cotidiana que empezó a recibir en su celular y su cuenta de TW mensajes del tenor de «No me gusta lo que escribís, voy a violarte y después cortarte la cabeza», «En este momento estoy pasando frente a tu casa-, de Caroline Criado-Pérez -activista que recibió amenazas por TW del tipo «Creo que podría violarte. Qué te parece mañana a las 21? Nos encontramos cerca de tu casa?»- y otros de abierto racismo y antisemitismo -también en Argentina, por supuesto-, Juan José Mendoza expone a internet como nuevo territorio hostil para grupos sociales, étnicos y sexuales vulnerables. Dice:
«La Web no es una burbuja. No hay mensaje limpio. Internet es un lugar lleno de ruido. El mundo virtual empieza a ser una decidida ampliación de las fuerzas que se despliegan en el mundo real. Desde sus inicios lo fue, cuando comenzó siendo la arena de lucha de intereses económicos, militares y políticos. Las masas, por aquel entonces, estaban lejos.En un ensayo de 1992 el autor de ciencia ficción Bruce Sterling se preguntaba por qué la gente quería cada vez más estar en Internet. La respuesta de entonces era “por la libertad”. Para Sterling, Internet en aquellos años todavía podía parecer el raro ejemplo de una anarquía moderna y verdadera: “No existe una Internet S.A. No hay censores oficiales, ni jefes, ni junta directiva, ni accionistas.” ¿Es verdad que hace 20 años Internet era así? Pues bien, ahora ya no lo es».
Estos cambios negativos tendrían un impacto visible en la circulación de literatura. Cito: «En el siglo XVIII Samuel Johnson estaba alarmado porque la imprenta hacía creer que todos podrían convertirse en escritores. En el siglo XXI los grandes escritores descendientes de la era de la imprenta fueron pasados a relevo por un ejército de internautas cínicos que desprecian la argumentación, entusiastas cultores del comentario agresivo y descalificador. Cada día un nuevo usuario pone en su perfil de Facebook que es escritor y comienza a desgranar sobre su muro invaluables muestras de la gran obra literaria que está escribiendo. Internet empezó a ser una criatura impredecible con móviles propios. Un manto oscuro que también empieza a cubrirlo todo».
El artículo de Mendoza me recordó una reciente entrevista a Nicolás Mavrakis por Pablo Chacón, sobre la libertad y el derecho al olvido, donde se nos recuerda que hoy «no existe la intimidad», «la información nunca puede ser desecha» y «no hay transparencia, hay censura». Mavrakis dice: «En la esfera de los conflictos sociales más cotidianos, el derecho al olvido tampoco parece pensado para resguardar tanto la intimidad individual (que de hecho ya no existe o en caso de existir requiere ejercer el pudor y también el conocimiento de una configuración algo ingenua de las redes sociales y su uso) como para afirmar un clima de corrección política donde nada que sea disruptivo o crítico es bienvenido, y por lo tanto se aclimatan las condiciones para su censura y represión».
En cuanto a la cuenta de Twitter, que finalmente logré recuperar con cambios en la contraseña, aviso: este post es el primer paso para una retirada estratégica, un cierre paulatino de acceso a redes que nos conectan, sí, pero también nos dejan aislados en nuestra desnudez y vulnerabilidad. Nada de navegantes: pescados en la red.