Mariano Vespa me interrogó sobre (casi) todo en la entrevista que salió el domingo 3 de noviembre de 2013 en el suplemento Ni a palos del diario Argentine Times. Ahí va:
La primera lectura respecto a Sobre Sánchez es que se trata de una doble biografía ¿Cómo lo interpretaste vos? ¿Ese trabajo del “Sobre Sánchez” al “Con Sánchez” fue revelador en algún sentido?
Diría que no es realmente una biografía, ni doble ni simple, sino un agenciamiento de géneros que, adaptando un término de Héctor Libertella, podría llamarse autotransbiografía. Para escribirla, me sometí a la regla de no ficcionalizar, no inventar nada en relación a la vida de Néstor Sánchez. Pero sí crucé su historia de vida con mis memorias de las peripecias de algunas personas, no “personajes”, aunque aparezcan a veces con nombres cambiados, que encontré en mis viajes por América del Norte y que estaban en búsquedas espirituales similares a las de Sánchez. Sobre ese híbrido solté o dejé caer, en “Notas al pie”, mi novela isleña, en la voz de un narrador que escribe la crónica de una investigación y una inquietud personal encerrado en una isla del delta del Paraná. Esa inquietud tiene que ver con las preguntas “¿por qué un escritor como Sánchez deja de escribir?” y también “¿por qué, para qué escribir?”. La experiencia fue reveladora en el sentido de que sólo pude encontrar la forma y la fuerza para escribir este libro en el momento en que decidí dejar de escribirlo.
¿Cómo es la vida en la isla? Para un viajero como vos, me da la sensación de que hay cierta detención en el tiempo ¿Se deja de ser nómade o es algo que te acompaña siempre?
Bueno, hoy no vivo todo el tiempo en la isla y reparto mi semana entre Tigre, Palermo y Once, en ese orden. Después de terminar de escribir y publicar Sobre Sánchez, cierta etapa isleña parece haber llegado a su fin. Otro ejemplo de que autor y narrador coinciden sólo parcialmente. Es cierto que el tiempo en el delta da la impresión de detenerse, como una calma acuática de superficie, pero en realidad hay crecientes, bajantes y todo está en movimiento. No veo en mi vida un “ser nómade” esencial, ni un “ser sedentario”, sino etapas en un trayecto abierto, con estación terminal desconocida. Supongo que a eso se lo puede llamar “lo nómade que te acompaña siempre”, pero lo sedentario también tendría derecho a reclamar su puesto de acompañante.
Me gustaría saber cómo fue tu experiencia en comunidad (cuáquera) a nivel general en contraposición a la vida urbana, sobre todo en torno a las relaciones humanas y a la valoración de la naturaleza.
Fueron ocho años, de 1976 al 84, en una comunidad que no era cuáquera sino fundada por cuáqueros pero en la cual había budistas, anarquistas, feministas, ecologistas, entre otros refugiados en los bosques. Esos años me dejaron, como valor o prejuicio positivo, un respeto y una admiración por la vida silvestre, por la diversidad, por la relación afectiva con los animales, los árboles, la tierra. Y como prejuicio negativo, o defecto, cierto desprecio reactivo hacia las culturas depredadoras, consumistas, extractivas y contaminantes como la nuestra, que desde luego es un satélite de la depredación global. Me gustaría ser más tolerante hacia esa brutalidad e ignorancia, pero no lo consigo.
La editorial Excursiones está por reeditar Prosa Plebeya. ¿En qué sentido notas la vigencia de los ensayos de Perlongher? ¿Considerás propicio el contexto político en relación a las minorías para re-difundir sus textos?
La reedición de Prosa plebeya tiene que ver con la vigencia de un clásico que es intensamente literario, incluso cuando no escribía “sobre literatura”. El deseo fue el punto de partida de Perlongher para pensar lo político, pero su interés no estaba tanto en la identidad minoritaria como en las fugas, las variaciones, las metáforas que se desplazan, los devenires que provoca ese deseo. En sus últimos ensayos, la demanda de reconocimiento legal de las minorías sexuales aparece como una solución demasiado cómoda y que debe ser recelada. El encierro en una identidad sería una cuestión clientelar, de mercado, un mercado que también es académico, institucional, estatal: a cada minoría su góndola, su etiqueta, su documento de identidad. Para Perlongher el deseo era otra cosa, algo que siempre huye, escapa de esos límites.
María Pía López describió a tus libros de ficción como extremas escrituras sobre la experiencia amorosa y sus desgarros. ¿Cómo describirías tu trama amorosa en sí misma y en relación a tus oficios?
Otras lecturas coinciden con la de Pía en el sentido de que las escenas sexuales “crudas”, “espermáticas” de mis novelas, Correrías de un infiel y Llévatela amigo por el bien de los tres, serían juegos de máscaras para aliviar la densidad del enamoramiento, que es una experiencia inenarrable. Es posible, ellas deben saber mejor que yo, aunque también me divirtió, me excitó relatar esas escenas. Antes de ponerme a escribirlas, algunas veces me masturbé imaginando cómo las construiría y cómo serían leídas. Pero son relatos sobre el amor, es cierto. Y el amor, ok, es una herida, es un desgarro, es una muerte, y sin embargo, se sobrevive, quizás gracias al arte. Qué más puedo decir de la experiencia amorosa.
¿Qué recordás de tu experiencia en Cerdos y Peces? ¿Es posible un tipo de periodismo similar o fue una publicación adecuada a la época?
Estoy reuniendo mis notas en la Cerdos y El Porteño en un libro bajo el criterio de no reescribir nada, no cambiar en lo posible ni una coma, pero si contextualizar, en una introducción, el modo y el momento en que fueron escritas. Pienso que ambas publicaciones fueron adecuadas y también avanzadas en su época. No es fácil esquivar la nostalgia que empaña el espejo retrovisor en el cerebro, porque hoy parece haberse evaporado esa contracultura casi libertaria, bastante pluralista, que nacía en los años 80 a una Argentina recién despierta de la pesadilla. Recuerdo que fue una década de fuertes combates contra la censura y la autocensura, contra los remanentes del militarismo, contra la influencia de la jerarquía eclesiástica en la cultura política. El tiempo pasó y sin embargo, a veces tengo la impresión de que hemos retrocedido y que lo mejor de aquella década aun está por llegar.
Contanos un poco cómo surgieron los ciclos de lectura de Plaza de la Lengua, ¿notás una Biblioteca Nacional más cercana en lo que refiere a la promoción y difusión?
La idea de Plaza de la Lengua surgió una tarde en un recorrido con María Pía López por la placita Boris Spivakow del Museo del Libro y de la Lengua, donde se me ofreció un espacio para realizar presentaciones y a mí se me ocurrió proponer un ciclo de lecturas de poesía. Pero no tenía ninguna experiencia en organizar lecturas, de modo que llamé en mi ayuda a Ariel Idez, como para ir aprendiendo en el camino. Así salió, un jueves por mes, a cielo abierto, evitando esos lugares cerrados que cada tanto me producen claustrofobia, donde uno se siente presionado a aplaudir por compromiso, no te podés alejar fácilmente del escenario y encima ahora ni se puede fumar. La plaza, en cambio, es como un agora, un espacio naturalmente privilegiado para la poesía.
¿Qué valor tiene para la poesía leer en voz alta?
Parece que hay un valor agregado en la poesía leída, declamada, actuada o “performatizada”, aunque siempre queda la pregunta de si el papel impreso no es el que mejor soporta el peso y la condensación del poema. No tengo respuestas, pero motivado por la experiencia del ciclo de lecturas, empecé a escribir una llamada “Poesía estatal”, donde irrumpe la cuestión del “poema que no se sostiene en el papel”. Estoy en eso.
¿A qué le decís ni a palos?
La verdad, no se me ocurre nada en este momento. O no tengo nada para decir y lo estoy diciendo.
(Enlace a la entrevista publicada, por acá)