Entre los indies

La última de César Aira, primera novela de Ariel Idez, «nace casi como un exorcismo» dice esta reseña de Indie Hoy, donde se destaca la necesidad de hacerse cargo de la influencia del escritor más importante de la literatura argentina contemporánea mediante el recurso de convertir al nombre (y sustantivo) Aira en el villano de la historia. La reseña describe a La última… como una novela de aventuras en la que se introducen personajes excéntricos (enano sexy, punks, skinheads, taiwaneses peronistas, etc.) junto a escritores consagrados en el «parnaso argentino» en una combinación tan lograda que aun aquellos que nunca han tenido lecturas previas del auténtico Aira «de ningún modo se verán excluidos del disfrute de la peripecia». Estoy de acuerdo, si bien esta última afirmación tendría que ser probada. ¿Alguien que no haya leído a Aira pero sí a La última…?

De paso, aprovecho esta entrada para recomendar la verdaderamente última de César Aira, Entre los indios, perfecta proposición que sale de yapa en la serie de novelas pampeanas, Moreira, La liebre, Emma la cautiva, entre otras, y en la que aparecen en su forma más acabada, a mi entender, el pensamiento, la vida y las costumbres de los indios «airos». Seres de vida invariable, ociosos, excepto cuando la guerra ocupa todo el tiempo, incluído el tiempo de paz con sus leyendas y anécdotas. Médicos brujos travestidos y adictos a la retórica, maestros del arte de la introducción, capaces de hablar durante horas antes de entrar en materia y de hacer de una razón diez mil razones, como herederos  barrocos de los oradores ranqueles de Mansilla: «Distinguido guerrero, veloz como el viento cuando le conviene, lento como el aire en reposo cuando la velocidad deja de ser la mejor opción…» Un cacique bebedor y contemplativo, un filósofo salvaje que no encontraba sentido en el trabajo, sea para construir obras, templos, monumentos del esfuerzo, adornos de metal cuya elaboración consumía las vidas u otros con plumas que exigían el máximo cuidado, sea para fabricar relatos históricos o mitológicos que terminaban siendo una red, una telaraña paralizante añadida sobre el peso de las cosas. Y sobre todo un diablo demasiado humano, dedicado a hacer el mal pero que sin embargo tropezaba, fallaba en sus intentos, a veces por factores externos, a veces por su propia conciencia, que no excluía a la culpa. Un mundo perfecto en su imperfección, donde el alma se asombra de su propia rareza: «esas utopías eran imposibles, no porque alguien se lo impidiera sino porque él mismo no quería. Qué rara era el alma del hombre: no quería hacer lo que más deseaba. O dicho de otro modo: ponía lo que más deseaba en un lugar fuera de la realidad, en la ensoñación, donde pertenecía. Llevarlo a la realidad era un trámite que abría las puertas del sueño a las incomodidades de la acción». Chapeau.