Plaza de la lengua

kamenszain bejerman wittner gersbergUna crónica de la lectura de poesía en la plaza el 21 de setiembre y un video que armó Guido Indij en coincidencia con el Día de la Bibliodiversidad. La crónica afirma que hubo mosquitos pero no alcancé a ver ninguno; el video cruza a Bejerman con Kamenszain y a Gersberg con Wittner: lecturas kosher. Doy fe de algunos detalles: sí al perro, sí al vino, sí al viento que desparramó hojas de poema sobre la hierba u hojas de hierba sobre el poema. Casi cursi: calculan que esa noche hubo entre 50 y 70 personas desparramadas con la lengua en la plaza.

El texto fue escrito por Diego Sasturain para el Diario Z.  Dice:

El jardín de la poesía

El Museo del Libro y de la Lengua está ubicado en la misma manzana de la Biblioteca Nacional. Se ingresa por Las Heras. Hay salas de exposición -es un museo- donde pueden verse primeras ediciones de clásicos de la literatura argentina, cuidadosamente expuestos. Un piso más arriba, la exposición de Raoul Veroni de libros de bibliófilo: ediciones únicas, artesanales, numeradas, de una época sin computadoras.
Hasta aquí, el museo. Pero una escalera blanca conduce a un jardín escondido, la plaza Boris Spivacow, en homenaje al gran editor de Eudeba y del Centro Editor de América Latina. Allí, varias filas de sillas de plástico blanco dispuestas sobre el pasto, una mesa con el vino de rigor y agua para quienes no beben alcohol o sólo tienen sed. Al frente, un banco de madera y hierro pintado de blanco recuerda que estamos en una plaza; el micrófono, que es una lectura.
A las 19 está anunciado el comienzo del ciclo Plaza de la lengua. Primavera y poesía al aire libre. A las 19.15 comienza a llegar el público, poca gente al comienzo. A poco arriban los mosquitos, que amenazan con comerse viva a la concurrencia -pero no lo hacen- y en poco tiempo el auditorio está colmado. Se explica que este primer día está dedicado a mujeres de distintas generaciones.
Las poetas ya están en el lugar. En primera fila se sientan Tamara Kamenszain, acompañada de la mexicana Margo Glantz y María Pía López, directora del museo.
Al lado, Laura Wittner. Gabriela Bejerman llega minutos después. Marina Gersberg estaba desde antes.
La introducción del organizador, Osvaldo Baigorria, es breve y amable. El orden en el escenario se establece de acuerdo con la edad y la trayectoria. Gersberg es la primera en subir. A las 19.30 ya se escuchan los versos de la más joven de las poetas. El tránsito en la avenida se deja oír, pero no llega a interferir demasiado con la voz de la poesía. La realidad introduce la epifanía: junto con la palabra «perro» en un poema hace su aparición uno real, pequeño, extraviado y simpático, que devuelve la condición de plaza. Después es el turno de Gabriela Bejerman.
La temperatura comienza a bajar -ya hace frío-, pero Bejerman mantiene la atención del público con partes iguales de talento literario y dotes escénicas: decide leer de pie. Se vuelan algunas hojas y Baigorria va a buscarlas: «Siempre hay algún secretario entre el público, en este caso el organizador».

Hace rato que es noche cerrada. La primavera llegó según la fecha, no en el clima. Es su lugar común, todos los años hace lo mismo.
Después de Bejerman y de la irrupción del perro, la segunda parte de la lectura tiene otro tono. Más razonado, intimista, más cercano a lo que tradicionalmente se espera de una lectura de poesía. Quizás es el tiempo transcurrido: «Ser amables los unos con los otros, en el círculo íntimo, reír, llorar», lee Wittner, hace frío, pero la poesía se defiende. Son pasadas las ocho cuando llega el turno de Tamara Kamenszain.
«¿Esto es hablar de la muerte?» Vuelve una y otra vez la pregunta, junto con citas de la generación de poetas y escritores de los 70, sus contemporáneos.
Pero sería un error confundir la literatura con la realidad, con la fecha. Todos, la literatura misma, lo saben.
Son las ocho y media y termina la lectura. Los asistentes pasan a conversar, beber, intercambiar saludos, novedades. Se retoma la charla de antes de la lectura, lo literario da paso a lo social, la quietud de la escucha al movimiento de la charla, las palabras a los gestos. La palabra ganó, como siempre: sobre el frío, los mosquitos, el ruido de los autos. Llegó la primavera.

Diego Sasturain