A charlotear sobre El canon digital y Escrituras past de Juan Mendoza, escuchar qué dice la muchachada sobre la edición facsimilar de Literal y pasar rápidamente a los vinos y porotos pre-electorales. Sobre El canon digital escribí lo siguiente:
Canon es una palabra conservadora, autoritaria, la regla, el modelo, la norma que, puesta al lado de digital implica una tensión y una provocación: canon remite a alta cultura, a un corpus de obras religiosas, literarias, etc. jerarquizadas a lo largo de una secuencia temporal sobre todo el resto de las obras, mientras que lo digital remite a simultaneidad, improvisación, horizontalidad, cualidades que se presentan dentro de este libro y son asumidas plenamente desde el principio, cuando se indica que esto es un compendio muchas veces anárquico, asistemático de apuntes. Uno podría confundirse porque en otro lugar dice también que este trabajo es una reflexión originada en un seminario para docentes y aprendices en gestión cultural llamado “Maneras de leer en la era digital”. Pero aunque diga esto, no es un libro cuya ley sea la reflexión, que se proponga re-flexionar, hacer reflejo de un estado del arte del mundo digital hacia el aula o la universidad. La ley de la reflexión, ese tipo de pensamiento viejo, agotador y en muchos casos agotado.
También uno puede empezar a hojearlo y preguntarse “qué dice este libro” y detectar un par de ideas-fuerza, de ejes que lo guían. Pero la pregunta conduce a error. Error 404. “Nunca se preguntará lo que quiere decir un libro… no se tratará de comprender nada en un libro, sólo se preguntará con qué funciona, con qué conexiones hace o no pasar intensidades… Un libro sólo existe por lo exterior y en el exterior” (Deleuze/Guattari).
El libro que hace máquina, el libro como máquina. En la cibercultura, según Mendoza, las máquinas pasan a formar parte del ambiente de tal manera que ya tienen que ver con el diseño de la humanidad y con la información genética de la humanidad. Y qué es la cibercultura? O cultura digital? Es la cultura emergente que en el siglo XXI conduce a la desjerarquización anunciada en el siglo XIX e iniciada parcialmente en el XX de lo alto y lo bajo, y a la pérdida de las nociones de “centro”, “linealidad”, “dirección” (pág. 92).
Pero quedémonos un momento más con la cuestión de las máquinas. Confieso: aprendí a escribir con los cinco dedos en una pesada Underwood negra, modelo siglo XIX que dejó de fabricarse en los años 30. Después compré una Olivetti (bueno, Olivetti compró la empresa Underwood, reemplazó las viejas máquinas por otra de cuerpo más chico, portátiles). Estas máquinas, su volumen, su peso, su velocidad de funcionamiento, tenían efectos sobre la vida social, física y psíquica de los sujetos que las usaban, de los usuarios. Había una manera de tipear, las teclas en la Underwood eran duras, hacían ruido, no se podia usar de noche tarde si había vecinos o familiares que protestaran, el carro hacía más ruido al llegar al final, uno lo pensaba dos veces antes de poner una palabrita, tachaba con las xx o esperaba a sacar la hoja, leerla, tachar a mano, arrojarla al tacho de basura, empezar de nuevo. La máquina además era pesada y pesadilla cuando me tenía que mudar de casa.
Entonces: me crié en un mundo en que había relaciones solo entre la cultura letrada (de los libros impresos) y la cultura industrial (fabricantes de máquinas de escribir, etc.) pero no la digital. Las relaciones entre cultura letrada, cultura industrial y cultura digital es una idea que recoge este libro y que recorre este libro. Adoptando la perspectiva de Raymond Williams, aquí se clasifica a una como emergente, a la otra como hegemónica y a la otra como residual. Ya podemos imaginar donde estamos nosotros, donde situar esta misma escena: una presentación de libros, cualquier presentación de libros. No es lo hegemónico, no es lo emergente, somos residuales. Luego se verá si somos residuos descartables o reciclables. En principio, digamos: #orgullo residual.
Pero Juan Mendoza señala que, más alla de las nomenclaturas, de lo que se trata es de identificar las fuerzas en juego y en pugna.
Entonces, aunque tiene ideas dominantes, que lo dominan, este no es un libro-raiz: el libro clásico, con su interioridad orgánica, espiritual (de nuevo, Deleuze). Un libro que aspira a ser imagen del mundo, que imita o intenta imitar al mundo, como el arte imitaría a la naturaleza, donde el principio de unidad, la ley del Uno, trabaja hacia esa meta que es la obra total o al Gran Opus.
Es un libro en el que trabaja un principio de multiplicidad, con muchas preguntas abiertas, con fragmentos que van cambiando de naturaleza, aumentando las conexiones, los vínculos, las estratificaciones. Si fuese un ebook, podría estratificarse con hipervínculos, y no solo en la lista de enlaces que hay al final o en las notas al pie, sino en todas partes, como un documento con palabras a seguir con la tecla Control + clic.
Los vínculos se disparan hacia el arte, la literatura, desde Manuel Puig a Querés coger/guán tu fack de Alejandro López, en el caso de la librería argentina, pasando por Las teorías salvajes de Pola. Para la biblioteca universal: novelas de Kurt Vonnegut como Matadero 5, 1984 de Orwell, Nosotros del ruso Zamyatin, La posibilidad de una isla de Houllebeck, la generación Nocilla, las esferas de Sloterdijk, las literaturas postautónomas de Ludmer, los espectáculos de realidad de Reinaldo Laddaga, el elogio de la variante de Bernard Cerquiglini.
Hago una enumeración caótica, más por resonancia que por seguir una lógica argumentativa.
Ya más sistemático, por el lado de la ciencias sociales, digamos que este libro hace máquina –aunque no lo mencione- con las investigaciones de Roberto Igarza, de la Universidad Austral, en sus textos sobre Nuevos medios, La cuarta pantalla y sobre todo Burbujas de ocio que en realidad podría haberse llamado “burbujas de tiempo”: El ocio se ha vuelto intersticial, dice Ladagga, se escurre entre las tareas para la escuela, en los tiempos de espera, durante los desplazamientos. Las lecturas se realizan en fragmentos y en cualquier lugar y de forma multimediática. La velocidad privilegia la brevedad: microguiones, microreelatos, microcontenidos. La duración de los intercambios simbòlicos se reduce.
Esta misma presentación, esta lectura, tiene que ser breve si quiero mantener la atención de una audiencia que se inclina a la dispersión y al fragmento. Porque si bien esta escena parece pertenecer a una cultura residual, o sea que seríamos prácticamente una antique, ya todos tenemos nuestros celulares u otros dispositivos, mandamos mensajitos mientras el presentador habla, estamos con la cabeza en lo emergente.
Este libro también engancha con la noción de paréntesis Gutenberg. Los libros impresos, reproducidos por las imprentas, son algo muy reciente: 500 y pico de años. El dominio del texto impreso en la producción cultural es una fase històrica que declina y se aproxima a su final bajo el impacto de internet y la tecnología digital, sostiene The Gutenberg Parenthesis Research Forum, del Institute for Media, Literature and Cultural Studies de la Universidad del Sur de Dinamarca (Lars Sauerberg y colaboradores). O sea el universo puesto en marcha a partir de la invención de la imprenta, es solo un paréntesis abierto hace 500 años y que hoy se empieza a cerrar con la cibercultura. El mundo oral predominante en la historia antes de la invención de la imprenta, dice Mendoza, retornaría hoy en forma de una oralidad secundaria y en version hiperconectada: los foros, los chats, los twits, etc.
Por último, este libro hace máquina -inconsciente, como el mejor funcionamiento maquínico- sobre todo con Marshall McLuhan, aunque su punto de partida parece en principio ser el opuesto, el de Raymond Williams, que fue uno de los mayores críticos de McLuhan.
En 1964 (en Understand Media), McLuhan decía que la estructura visual de la página impresa promueve una percepción orientada hacia la secuencia, la jerarquía, la clasificación, las líneas rectas, mientras que los medios electrónicos construyen una percepción orientada hacia la discontinuidad, la improvisación, la simultaneidad, la repetición y los círculos. El lo llamaba la “era eléctrica”, pero el nombre importa poco porque en la nueva era, decía, la narrativa se vuelve montaje, las secuencias suceden más por agregación que por causación, la política deviene espectáculo.
Esto no es necesariamente bueno: es simplemente lo que ocurre.
McLuhan, un intelectual católico, educado en Cambridge, un profesor de literatura inglesa que estudiaba y enseñaba Poe, Joyce, Eliot, Pound, un hombre de formación letrada tradicional que de pronto observó que los nuevos medios nacidos de la era eléctrica transformaban radicalmente la vida social, física, psíquica de la humanidad y que se sintió empujado a descubrir estrategias de supervivencia en ese nuevo ambiente.
En una conferencia de 1972 titulada «El futuro del libro» en 1972, McLuhan decía que la diferencia entre las generaciones que crecieron en el ambiente de la palabra impresa y las que crecen en el nuevo ambiente electrónico no sería ideológica sino neurológica, porque así como el libro impreso es un medio que desarrolla linealidad, jerarquía, una relación autor-lector basada en principios de autoridad y de captación privada de los conocimientos, los nuevos medios basados en la electricidad y el transporte de información a la velocidad de la luz desarrollan la inmersión en una red continua, siempre presente, audio-táctil, que se convierte en una extensión del sistema nervioso humano así como un lápiz o una pluma fue una extensión de la mano. La máquina de escribir cambió las formas de expresión al abrir el mundo de la oralidad al escritor de libros (ya no se vería a un Mansilla o a un Henry James dictando largas frases a su secretarios o secretarias). El libro impreso desalentó la lectura en voz alta, una práctica tradicional basada en una incitación acústica a saborear las palabras y las oracionse en muchos niveles de resonancia. Así como la imprenta hizo posible que cada persona pudiese ser un lector, la fotocopiadora hizo posible que cada persona pudiese ser un editor. Si publicar se convierte en algo universal, en una especie de derecho humano, entonces nuestros conceptos de propiedad intelectual tienen que cambiar. Todo será publicado y pertenecerá a todos. Todos seremos lectores, escritores, editores, libreros y críticos.
Pero además, decía McLuhan, la era de la tecnología eléctrica es el reverso de la procedimiento mecánico e industrial en que está primariamente orientada hacia el proceso más que hacia el producto. ¿Cómo será la nueva forma del libro –work in progress- y qué funciones tendrá en el nuevo ambiente electrónico? «Cuáles serán sus efectos en la vida social cuando millones y millones de volumenes sean comprimidos en el espacio de una cajita de fósforos, y ya no sea sólo el libro sino la mismísima librería la que sea portátil?” (McLuhan, Understand Me. Lectures and Interviews, McClelland & Stewart, Toronto, 2033, pp. 173-186).
Me acordaba de esas preguntas cuando leía El canon digital de Juan Mendoza. En la página 170 de este libro aparece una referencia que ilustra la mirada y las formas de conexión múltiple que aquí se disparan: el video de Nacho Vigalondo «Tres relatos de ciencia ficción».
El primero “Donde nosotros tenemos París”, habla de una realidad paralela: de la diferencia entre lo que vemos a la altura de nuestros ojos y de las imágenes satelitales de las ciudades en las que vivimos. Una diferencia que empieza a revelarse sutilmente: de pronto, una ventana que vemos desde nuestra ventana desaparece en la foto satelital. Las ciudades en esas fotos desde arriba empiezan a ser distintas, empiezan a verse como otras ciudades. Cada vez más regiones del mundo se empiezan a ver como si hubiesen sido construidas por otros seres, que nos observan y que son referidos en el relato como “ellos”. Ellos nos vigilan, ellos saben todo de nosotros y nosotros nada de ellos. Sólo que las ciudades son parecidas a las nuestras, pero no iguales, más desarrolladas: donde nosotros tenemos París, ellos tienen una ciudad parecida. Pero la antena que tienen es más grande.
El segundo, “Mi cantante favorito”, habla de cómo desaparece, se esfuma, se desvanece un cantante famoso. De pronto, desaparecen todas las referencias a él, en internet, en los medios. Y el narrador (su voz en off) lo busca por todas partes, pero parece que nadie lo recuerda, que sólo hubiese existido en su cabeza. Está desesperado, hasta que un día “Ellos” que llevan tiempo vigilándolo lo contactan y le hacen la terrible revelación: “La realidad se está desvaneciendo”. Y como él es uno de los pocos que puede darse cuenta y hacer algo al respecto, se lo avisan, y le enseñan a crear realidad. Entonces el narrador-protagonista, su voz en off, empieza a crear nuevas realidades: un presidente (Obama), un desastre meteorológico (Kathrina, algún terremoto), un matrimonio de actores famosos, una pélicula de éxito: se siente capaz de todo, pero nunca termina de está seguro. Porque no puede crear un cantante que sea la mitad de bueno de lo que era su cantante favorito.
El tercero y último, “La pregunta correcta”. Tiene imágenes de Facebook y alguien que de pronto se entera que la chica que conoció anoche tiene entre sus contactos a un amigo de su infancia y que este a su vez tiene entre sus contactos a su propia madre, al hijo de un socio suyo que todavía no nació, y que este –que inexplicablemente está en Facebook- tiene entre sus contactos al padre de su amigo, que está muerto desde hace veinte años. Las edades no encajan, no es posible que todos estuviesen allí y que se conocieran. Entonces llega a la conclusión de que la pregunta correcta es “¿Cuánto hace que estamos aquí? Y que no hace falta mirar la pantalla para darse cuenta de que nadie tiene la respuesta.
Entonces, Juan Mendoza, que se hace aquí sus preguntas sin respuesta (por ejemplo, ¿qué transformaciones en las maneras de leer y escribir literatura nos ha impuesto la era digital?), por el modo de formularlas, y por las conexiones que realiza, se me ocurre que aunque no lo nombre debe haber recibido la herencia temperamental de McLuhan, como muchos de los que estudian hoy los efectos de las nuevas tecnologías en la vida social, física e intelectual de los usuarios.
Porque El canon digital conecta, hace máquina con la actitud y las preguntas de un ciberletrado o letrado digital, de un humanista cibernético. Esa emulsión o alianza que suele darse en el subsuelo, por debajo de lo hegemónico, entre lo residual y lo emergente.
San Telmo, 7 de julio de 2011.
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