Y esto no es un comentario of The Book of Writers of Elvio Gandolfo

El viernes pasado fui a la presentación del libro nuevo (no «un nuevo libro») de Elvio E. Gandolfo en la librería Otra lluvia. Me pasó la voz Francisco Garamona, a quien en principio le dije que no iba a ir, porque venía cansado de una jornada de trabajo isleño (básicamente limpiar barro a paladas que no dejó la otra lluvia sino el Sudeste de Siempre, a fuerza de baldes, manguera y secador sobre muelle y caminos) y creí que no soportaría la escena, literalmente. Pero en el Varela encontré a Ricardo Strafacce, quien me animó a presentarme en sociedad después de un rápido cambio de remera o sudadera, según el lado del que se mire a la prenda.

Habló Damián Ríos -dijo esto– y habló Fabián Casas -quien amagó con batir los nombres de algunos de los escritores referidos en The Book of Writers, como chiste que arruinaría la operación del libro, que plantea una adivinanza en cada relato. Fue un amague, no iba a ocurrir, la maniobra resultó festejada por las protestas del autor. Escuché, aplaudí, tomé vino, apreté la mano de Gandolfo, a quien no conocía en persona y compré un ejemplar, al que leí de un tirón el domingo.

Dije que esto no es un comentario of The Book of Writers (evito poner «de» junto a «The» para prevenir el tartamudeo) pero si, como -creo que- dice Aira, hay que escribir libros nuevos (y no nuevos libros), me parece que el de Gandolfo califica, por lo menos dentro de la aldea que se pinta. Igual, el autor se encarga de mostrar, en la nota final, modelos de inspiración que oscilan entre Henry James y Armando Bo-Isabel Sarli, en especial por Carne: «por una parte se especificaba que lo que se mostraba no tenía nada que ver con la realidad (obvio paraguas para las quejas de algún frigorífico); unos títulos después se aclaraba que lo que uno iba a ver era un `hecho real´. Algo de eso hay en The Book of Writers, aunque las advertencias finales calculo que irán perdiendo sentido a medida que pase el tiempo y todos, los personajes y yo, nos vayamos muriendo, como se murieron Henry James y Armando Bo».

Dije que esto no es un comentario of… pero en coincidencia con Damián Ríos, siento que los relatos “Acto de desaparición” y “El juguete roto” están entre los mejores de la  narrativa de estos tiempos: lenguaje, tensión, mirada (Gandolfo cargó al final de su lectura, dijo: «Estoy completamente de acuerdo… Ja, ja. Vos sí que sabés leer»). Por otra parte, esos relatos son, dentro del conjunto del libro, aquellos en los que cada referente puede ser rápidamente ubicado: se sabe casi de inmediato quién es quién, los apodos «Fulano» y el «Zorro» van acompañados de claves sencillas, guiños fáciles, marcas por todas partes. Aun así, no se lo digas a nadie, no arruines el final del chisme-perfil, la crónica-cuento o el relato-ensayo. A medida que uno lee, ríe con malicia o molestia -según la perspectiva, claro- cuando descubre de quién se habla en cada uno de estos textos. Se dice de mí, se dice de él: habladurías de provincia, chismes de aldea, grande o chica.

Dije que esto no es un comentario pero aviso que puede conmover hasta la tristeza -o quizá sea melancolía- la precisión con que se relatan, sin intención de denuncia y como al pasar, los microprocedimientos de desaparición forzosa (no necesariamente forzada) de escritores en el Sistema de Reconocimiento oficial -y extra!- del mercado y de la industria del libro. Contra ese sistema se rebeló Néstor Sánchez, otro desaparecido. Somos jodidos los writers: mucho alcohol, poco ejercicio, demasiada envidia, crítica y resentimiento, vicios de la vida sedentaria, todo el tiempo con el culo pegado a una silla y agachando el lomo sobre la notebook para escribir pavadas o genialidades o una cosa entre medio que arranque algún aplauso, algún premio. No es vida.

Dije que esto no pero sí es lo primero que se me ocurre a partir de la lectura of The Book of Writers de Elvio Gandolfo.