El arte de no hacer nada para que nada quede sin hacer

En las grietas, las fisuras, los cortes entre la obligación a trabajar y la compulsión al consumo, entre la auto explotación y el cansancio, el ocio viene y va, interrumpido por el negocio (que lo niega), y estalla en miríadas de burbujas, pausas, intersticios.

En el tiempo libre después del trabajo, en el dormir, en el sueño (diurno y nocturno), en el soñar (dormido o despierto), en la fiesta y en el fin de la fiesta, en el juego por amor al arte y en el arte por amor al juego, el ocio encuentra su lugar y su promesa.

En las fantasías de éxito o fracaso, en la adicción a las novedades, en los contactos fugaces que se hacen en redes, en el tiempo perdido mirando todas las pantallas y pensando en todas las interacciones, se revela esa promesa, el núcleo duro del ocio, su principio más radical y creativo, ese no hacer que es como un grado cero de la acción, un reposo del que surge y fluye toda actividad esencial y todo arte.

En el conjunto de labores diarias (labor, lavoro o laburo, como se dice entre nos, a veces como excusa: “¡esto es mucho laburo!“ ), de actividades remuneradas (bien o mal), forzadas (ya que se perciben como sumisión, esclavitud –también autoimpuesta-) y que condicionan la vida con exigencias y obligaciones sociales, surge el deseo de un retiro hacia la inutilidad, la inacción, la improductividad. Y aunque toda obra de arte sea fruto de algún trabajo, el trabajo en sí puede o debería tener alguna utilidad, pero no el arte (o no necesariamente): la utilidad será siempre un subproducto, un efecto colateral del arte.

En la mitad del camino del/la artista, surge la pregunta de cómo encontrar ese punto medio, cómo hacer ese no hacer que, según Oscar Wilde, es la cosa más difícil del mundo. Macedonio Fernández inventó el silogismo “me gusta lo difícil; nada más difícil que el ocio; me gusta el ocio”. Pero dado que la sociedad sólo cree en el ocio de los ricos, ya que con los pobres nadie se toma el trabajo de creerles su ocio, Macedonio contó el ejemplo de una estancia de su época en la que nadie hacía nada, y sin embargo sus habitantes tenían por momentos la duda de si no faltaría algo todavía por dejar de hacer. Porque no hacer no es un “género” en el que se hayan hecho ya todos los progresos: siempre puede faltar algo por dejar de hacer.

En un sistema que reemplazó la vieja pregunta industrial “qué hay para hacer hoy” por la pregunta espectacular “qué hay para ver hoy”, irrumpe entonces la aspiración a sustraer la energía del show, a bajarse del escenario, a desertar, no actuar, no participar.  Puede haber un no hacer relativo a la situación que se presenta, un no actuar en medio de la acción o de la escena. Como un no intervenir, no forzar, no escarbar, no imponer la propia decisión sobre la marcha y el ritmo de las cosas. Desde ese no actuar surge toda acción no superflua ni impuesta. Un no hacer nada para que nada quede sin hacerse.

En las grietas, el no hacer acecha.

Texto de sala escrito para la muestra «Ociosidades» que realizaron Florencia Palacios, María Eugenia Suárez y Nicolás Bassi, inaugurada el 24 de mayo de 2024 en el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa de la ciudad de Santa Fe.

La ilustración de esta entrada es de un célebre tríptico de Joan Miró, pintado en su taller de Palma de Mallorca. Sobre esta obra, Miró declaró: «Tan solo he necesitado un instante para trazar con el pincel esta línea. Pero he necesitado meses, quizá años, para concebirla».