“Con el episodio del sida se estaría dando una expansión sin precedentes de la influencia y del poder médicos, gracias a la caja de resonancia de los medios de comunicación». Me encuentro con esta frase de Perlongher mientras sigo en cuarentena tipeando antiguas cartas de aquél barroco de trinchera. Intento reemplazar sida por coronavirus en el nuevo orden de los cuerpos, y tropiezo con las obvias diferencias y las no tan obvias semejanzas: ya no se trata de prohibir el contacto entre ciertos órganos sino todo contacto físico; ya no es el semen y la sangre sino hasta la saliva y la piel lo que cae bajo la prohibición; ya no son algunas prácticas y ciertas minorías sino la población entera la que cae bajo control.
Sigo con Perlongher: «Ese discurso sonorizado y repetido consiste en complacer a las masas, que en la obsesión por la salud se desesperan procurando delegar sus fantasmas cotidianos. Como parte de un programa global de `medicalización´ de la vida –que, en última instancia, sería en sí misma una `enfermedad´- la medicina confisca y se apropia de la muerte, proveyendo respuestas tecnocráticas a miedos ancestrales y vendiendo sutilmente una ilusión de inmortalidad” (estos últimos son fragmentos de El fantasma del sida, Néstor Perlongher, Puntosur, 1988).
Cierto es que Néstor descuidó su cuerpo deseante en la vorágine de los encuentros promiscuos de los años 80 en Brasil, luego del congelamiento de la dictadura argentina en los 70. Cierto es que ese libro fue escrito antes de que él mismo recibiera su diagnóstico de HIV en París y comenzara a enfermarse. Aun así, resuena su protesta como una voz extraña desde la ultratumba: algo en común tienen los virus y las reacciones sociales frente a ellos. No dejo de recordarlo en estos días en los que un nuevo fantasma recorre ya no Europa ni la China sino el mundo entero: un fantasma compuesto por la plaga del Covid-19 y por un nuevo régimen de disciplinamiento corporal.
Coincidencias significativas: si el sida vino a coronar el reflujo de la revolución sexual, el coronavirus -que no es solo un virus sino un discurso, un dispositivo, una orden médica y un orden social- llegó para poner un punto final (por ahora -nada sé del futuro) a las manifestaciones, revueltas y fiestas callejeras de los últimos años, y en especial del 2019, cuando en tantos lugares del mundo los cuerpos se encontraban, se mezclaban, se abrazaban y se deseaban en público.
–La foto es de una fiesta en casa de Sara Torres en los años 80 (autor desconocido).