El último consejo de Kurt Vonnegut

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Una tarde de marzo, sobre el final demorado de un largo invierno, Kurt Vonnegut (1922-2007) salió de su casa en Manhattan quizá para sacar a su perrito, a fumar, a hacer ambas cosas o lo que sea. La cuestión es que se resbaló o tropezó en los escalones de la entrada, que podían tener un poco de hielo residual, todo ello agravado por el riesgo de enredarse con la correa del perro, y se rompió la cabeza en la caída. Más allá de las especulaciones, esto es certeza: tras el accidente fue internado con traumatismo de cráneo y falleció inconsciente el 11 de abril de 2007. A partir de este día, la disputa sobre sus últimas expresiones contribuyó a alimentar por un tiempo a los buitres del discurso ajeno que suelen saciar su hambre de palabras finales célebres con carne de todo tipo, fresca o podrida.

El periódico In These Times de Chicago, en el que Vonnegut colaboraba con frecuencia, publicó una “última entrevista” de inmediato, en mayo de ese mismo año. Otra “última” apareció en una revista de distribución gratuita en los aviones de US Airways y aun otra se difundió en un programa de radio llamado The Infinite Mind. En el primer caso, la periodista Heather Agustyn había hablado por teléfono menos de diez minutos en febrero, hasta que Vonnegut la interrumpió diciendo que se sentía mal y tenía que cortar. Pero antes dijo lo que fue publicado como sus “palabras finales” en el sitio justamente llamado Vulture (Buitre): “Si lo que decía Jesucristo era bueno y maravilloso ¿qué importa saber si él era o no era el hijo de Dios?”.

Una declaración semejante, lanzada rápido y sin pensar mucho en la inmediatez de una conversación teléfonica, quizá durante un mal día del escritor, no merecería quedar como su palabra final, entre otras razones porque hubo otras escritas con posterioridad. Hasta sus últimos días conscientes de marzo de 2007, Vonnegut estuvo preparando un texto para la charla que tenía programada para fines de abril en Cloves Hill, Indianápolis. En este escrito sí pueden reconocerse los gestos del autor de Matadero 5 o La cruzada de los niños, esa novela escrita a partir de su propia experiencia de testigo del bombardeo norteamericano a Dresde durante la Segunda Guerra Mundial mientras él era prisionero de los alemanes. En ella hay una expresión que se repite más de cien veces en forma de remate y que tiene diversos significados según los párrafos a los que alude, generalmente tras el relato de alguna masacre: “So it goes”. La frase ha sido traducida como “así fue”, “así es” o “así son las cosas” y sería sin duda un noble epitafio para Kurt Vonnegut.

Autor de unos treinta libros, entre cuentos, ensayos, obras de teatro y novelas, de las cuales en castellano son ya célebres, además de la mencionada, Las sirenas de Titán, Desayuno de campeones, Galápagos, Madre noche y Pájaro de celda, Vonnegut fue también un excelente narrador oral y conferenciante que dedicó sus últimos años a burlarse en público de las costumbres políticas de los estadounidenses sin dejar de hacerlos reír también a costa de sí mismos. Esa voluntad estuvo sin dudas presente en la redacción del que sería su último texto.

Fue su hijo Mark quien debió leerlo el 27 de abril de 2007 ante una audiencia conmocionada por la muerte reciente de Kurt, a solo dos semanas de distancia. Se supone que era literal, sin edición. Y en efecto, se trató de una exposición de veinte minutos al mejor estilo Vonnegut, con abundantes bromas, ironías y reflexiones erráticas sobre diversos temas, desde la grieta entre liberales y conservadores en Estados Unidos hasta el nuevo poder chino, las guerras, los cambios en el clima, la destrucción del planeta y el sentido de la vida. También hizo referencias a la novela recientemente escrita por su hijo, The Eden Express, que el padre recomendaba fervientemente, e incluso daba consejos para aspirantes a escritores:“eviten al punto y coma”.

Como un predicador, Vonnegut decía: “Esto es realmente el apocalipsis, el fin de todo según las profecías de San Juan el Divino y San Kurt el Vonnegut. Mientras hablo aquí, el último oso polar puede estar muriéndose de hambre a causa del cambio climático, a causa de todos nosotros. Y claro que voy a extrañar a los osos polares. Sus cachorros son tan mimosos, tibios y confiados como los nuestros…¿Pero acaso este viejo sorete tiene algo que decirles a los jóvenes en esta época llena de problemas?”

En el último párrafo, remataba:“Hace un tiempo le pregunté a mi hijo Mark de qué se trata la vida, dado que yo no tenía la más mínima idea. Me dijo ´papá, estamos acá para ayudarnos a atravesar este asunto, sea lo que sea´. Sea lo que sea. No está mal. No está mal que uno pueda ayudar, ser un cuidador. ¿Y entonces cómo deberíamos proceder durante este apocalipsis? Por cierto, deberíamos ser excepcionalmente amables unos con otros, pero también deberíamos dejar de ser tan serios. Los chistes ayudan bastante. Y consíganse un perro si aun no lo tienen. Yo mismo me conseguí uno hace poco. Es una cruza nueva. Medio caniche y medio shitzu. Un perrito de mierda. Muchas gracias. Así me despido”. Y así fue.

Publicado en Perfil Cultura 29 de enero, 2017 bajo el título de «La nueva cruzada»