Chicas desprejuiciadas

Fogwill escribió notas sobre literatura y cultura argentina para la revista El Porteño-segunda etapa (fin de los 90), bajo el título de «Estados alterados», que permanecieron casi inéditas por cierre de esa publicación hasta que recién este año se hicieron accesibles en el sitio Plaza de Mayo de Gabriel Levinas. En este fragmento, una defensa de nuevos prejuicios a crear y de viejos a revisar:

«El ideal del bolú de los años cincuenta. Chicas soñadas, escasas y casi inaccesibles, como todo ideal de consumo.Esto es sobre literatura: ahora escasean chicos y chicas con prejuicios y empieza a detectarse un faltante de autores con prejuicios. Hasta los fundamentalistas andan desprejuiciados. Corregir un mal juicio es una virtud. Pero sin un prejuicio, ni el virtuoso sería capaz de tomarse el trabajo de recordar, ponderar y corregirse para ordenar todo de nuevo.Hoy, repetir el elogio de la hipocresía, sería una grasada. Ya lo hizo Kant.Y se lo apropió una civilización entera, que, en apenas dos siglos tanto se consagró a encarnarlo que lo olvidó, y no podría formularlo, supuesto que pudiese necesitar grabar en palabras lo que sabe: que no es malo vivir con la máscara de la virtud, pues fingiendo virtud, uno va por el mundo llevando esa máscara que proclama la superioridad del bien sobre el mal. Se lo ve en las películas; del que hace todo bien todo el tiempo, nadie se pregunta por qué actuó así, ni sospecha que pudo haber estado fingiendo. Nadie al alcance de los medios carece de un menú con el ránking de males de la humanidad. Y aunque algún extremista pueda agregar al listado de males el prejuicio kantiano, ni extremistas ni prudentes incluyen la creencia en la virtud de las máscaras virtuosas entre la disparatada lista de causas cuya erradicación resolvería alguno o todos los males del mundo, que van desde el capitalismo y el autoritarismo hasta el consumo de sal, o de azúcar, pasando por la polución ambiental, los asteroides, el judaísmo, la iglesia, la represión sexual, los medios, la mancha de ozono, las carnes rojas, los partidos verdes, la prensa amarilla, la vida gris de las oficinas, la libertad sexual: todo entra en la lista de causas menos el caretismo (…)

Y esto lo sabe quien haya frecuentado el medio literario donde casi ya ni se usa la expresión «careta», y el neologismo «producido» refiere más a la propiedad del vestuario y utilería que a una forma de desempeño actoral. Lo prueban las presentaciones de libro: elegite en la pasarela en oferta a la que todos consensúen es la más «producida» y si te sale bien y llegás a tratar con ella y a conocerla bíblicamente, confirmarás que es menos»careta» que lo esperado y que el promedio, aunque según la regla, sea igualmente boluda. La literatura, como todo ámbito comercial necesitaría una inyección de prejuicios, supersticiones, preferencias caprichosas, hostilidades arbitrarias. Porque sin prejuicios casi no se puede pensar. Y sin enemigos, no se puede pensar. Y los enemigos pret-a porter que oferta el menú de los medios -y de la prensa cultural hecha de medios- son tan compartidos que sacan las ganas de pensar. Además, ya se ha dicho hace mucho todo lo que merecía decirse de ellos, y nadie ignora las reglas de etiqueta que indican cuál de los argumentos contra cada enemigo «producido» debe repetirse según la situación y el tipo de público que se enfrenta.
¡Cuántos prejuicios nuevos necesitamos! Y cuántos vetustos requieren actualización y perfeccionamiento…
Fogwill (el texto completo puede leerse por acá)