“Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja es la inocente voluntad de toda biografía” -escribe alguien en Una vida de Evaristo Carriego-. Algo parecido podría decirse de la biografia de Baigorria sobre Sánchez. ¿Dónde está Carriego?¿Está en Palermo? ¿Está en la voz de quienes lo conocieron? ¿Está en sus poemas? ¿Dónde está Sánchez? ¿Está en la fuga? ¿Está en su escritura?¿Dónde quedan sus textos ahora que la ola de la reedición aguijonea su palabra? ¿Qué cosas se reeditan de un libro cuando un libro se reedita? ¿Se reedita su historia, su lenguaje? ¿Se reedita la época con él?
Lee Juan José Mendoza en la presentación de Nosotros dos y Sobre Sánchez:
¿Para qué escribir? ¿Tiene sentido la literatura? La pregunta aparece en varios momentos del libro Sobre Sánchez, la biografía que Osvaldo emprendió y abandonó varias veces sobre Sánchez. “Estoy seco”, “Yo ya escribí” decía Sánchez. Lo decía en los años 80, después de haber escrito Nosotros dos (1966), Siberia blues (1967), El Amhor, los Orsinis y la Muerte (1969) y Cómico de la lengua (1973). Lo decía después de haber escapado de la Argentina en busca de una revelación espiritual. Y después de haber vuelto al país para publicar, en 1988, el que sería su último libro: La condición efímera.
Hasta aquí, Sánchez es un catálogo, una lista.
Hacia fines de los 60 el rastro de Sánchez se pierde. Deambula por ciudades de Estados Unidos, duerme en una playa de estacionamiento en California o en el porch de una casa abandonada de New York, frente al Central Park. Es en una New York diferente de la que, por esos días, pasea Manuel Puig, acopiando material para sus crónicas en las revistas Siete días ilustrados y Bazaar, las que luego se recopilarán en el libro Estertores de una década. ¿Qué cosas se reeditan de un libro cuando un libro se reedita? ¿Se reedita la época con él? En la misma manzana, mientras Puig baja de un hotel para ir a un cine o hacerle preguntas sobre sexo a un dominicano, Sánchez bebe “jugo de paraguas” en algún McDonald. O hace largas caminatas por la ciudad con piedras en los zapatos. Cruza calles, dobla esquinas y se sienta en un umbral a llenar de notas cuadernos en la intemperie, con la mano izquierda, en la mitad exacta del frío. Son cuadernos que, una vez completados, deben ser tirados a la basura porque: ¿Para qué escribir? Para Sánchez el sentido de la escritura se ha reducido a “ejercitar la mano contraria”. ¿Se ha reducido a eso o, se ha ampliado a eso? La anécdota del cuaderno recuerda a libros como El secreto de Joe Gould, la biografía de Joseph Mitchell sobre un vagabundo de New York. Pero la vocación por el devenir lumpen la fabricó Sánchez con otros libros. Libros para él centrales como los de George Gurdjieff. “Porque cuando se tiene una revelación como la que yo tuve, uno se da cuenta de que escribir es un acto de orgullo” -dirá Sánchez muchos años después, ya de nuevo en la Argentina-. “Dejé de escribir porque me encontré ante un conocimiento sagrado que requería una humildad inédita”. Había tropezado Sánchez con las enseñanzas de Gurdjieff en Perú.
Hasta aquí, Sánchez es un vagabundo, alguien que se pierde en la espesura del mundo. Un místico abocado al Trabajo de Gurdjieff.
Pero ¿Había tropezado Sánchez con las enseñanzas de Gurdjieff en Perú, o en Venezuela, hacia fines de los años 60?
En un libro de Cortázar de 1963 que Sánchez leyó inmediatamente, un libro que a Sánchez lo marcó mucho, había una referencia a Gurdjieff. Allí el nombre de Gurdjieff aparecía con otra ortografía: Gurdiaeff. Aparecía en las referencias que Gregorovius hace a su Tercera Madre, que se llama Galle, Adgalle o Minti. Es una mujer que: vive libremente en Herzegovina o Nápoles, viaja a Estados Unidos con una compañía de vaudeville, es la primera mujer que fuma en España, vende violetas a la salida de la Ópera de Viena, inventa métodos anticonceptivos, muere de tifus, está viva pero muerta en Huerta, se fuga con el chofer de un Zar, extorsiona a su hijo en los años bisiestos, cultiva la hidroterapia, tiene relaciones sexuales con un cura de Pontoise, muere al nacer su hijo Gregorovius quien, a su vez, la hace renacer a ella, porque esta Mujer llamada Galle, o Adgalle o Minti es, en realidad, una aparición de Gregorovious después de beber Bourgogne. Y allí, luego de esta detallada enumeración de una vida imaginaria, allí, en el capítulo 65 de este libro de Cortázar, aparece la mención a Gurdjieff. Los que escuchan la historia de esta Tercera Madre imaginaria de Gregorovious han notado que su historia está siempre acompañada de referencias a Gurdjieff: Gurdjieff es alguien “a quien Gregorovious admira y detesta pendularmente”.
Aquel libro de Cortázar escrito en los años 50 es célebre en referencias de todo tipo. Para los lectores de Sánchez aquella referencia a Gurdjieff no puede ser una referencia más. ¿Fue una referencia más para Sánchez?
¿Tiene sentido la pregunta por el encuentro entre Gurdjieff y Sánchez? ¿Es una pregunta biográfica o es una pregunta literaria?
Hacia fines de los 60 el rastro de Sánchez se pierde. De allí en más, poco o nada se sabe. Se transforma de Odradek, domicilio desconocido. Roberto Bolaño lo confunde con un saxofonista en Amsterdam. Vila-Matas lo imagina en Roma, en París, en Barcelona y hasta como becario de la Universidad de Iowa. Pero ¿dónde está? Su hijo Claudio envía cartas a embajadas, editoriales, agentes literarios. Nadie sabe nada. Hasta que un día llega una respuesta: 885 Levering Avenue, L.A., California, 90024, EEUU. Y después otra. Y otra. Aquellas cartas pergeñan las esquirlas documentales a las que Baigorria se aferra como un náufrago se aferraría a unos pedazos de madera flotante. Cuando no hay madera, hay voces. Las voces de quienes lo conocieron a Sánchez: Hugo Savino, Liliana Heer, Marta Gallo, Ruy Rodríguez, Tamara Kamenszain, Germán García, Roberto Raschella y el propio Claudio Sánchez, su hijo.
A partir de aquí, pedazos de Sánchez. Sánchez es los otros. Como si intentar acercarse a Sánchez fuera, en realidad, fabricar una línea.
Exilio, viajes, drogas de la sensibilidad, comunas del amor libre y crecidas en el Delta se entrelazan en el libro. El libro, que Baigorria comenzó a escribir en 2005 en su casa del Tigre, cambió varias veces de género. Fue biografía sobre Sánchez, fue auto-biografía de Baigorria en primera persona, auto-biografía de Baigorria en tercera persona, novela sobre el Delta, y volvió a ser finalmente otra biografía sobre Sánchez. Con los restos de todo eso puede tropezar ahora el lector. El resultado no es un libro fragmentario. La crónica, o el diario de la investigación, arroja una biografía parcial de un escritor que hizo de la fuga su hogar. ¿Tiene sentido una biografía sobre alguien que eligió el silencio? -se pregunta Baigorria-. Hacia el final del libro, en un tercer capítulo titulado “Notas al pie”, aparecen los retazos de la novela ambientada en el Delta que Baigorria soltó, o dejó caer, encima de su libro sobre Sánchez. Baigorria, el remador que toca el agua, interpreta a Sánchez, el escritor, el bailarín de tango, el místico que ejecutaba frases. Ambos hacen un dúo. Si Sánchez vivió 18 años en un exilio autoimpuesto, Baigorria a su modo también. Así, la vida del escritor consagrado que se convierte en clochard y vaga por el New York de los años 70, se cruza con la del militante político que se exilia en los 70 para devenir en el sembrador de árboles que asesina osos en Alaska o en el errante que escapa del invierno rumbo al oeste con una chica en un viejo Ford. Hippies, lúmpenes, mujeres libres, derviches y ecologistas se cruzan. El aire de En el camino de Jack Kerouac se cruza con el tango, el jazz, el Yoga; y con los olores fríos que deja la crecida en el Tigre. Para Ricardo Strafacce las de Baigorria y Sánchez son vidas perpendiculares que se tocan en un solo punto: este libro.
Pero Baigorria ¿dónde está?
Strafacce, autor de Osvaldo Lamborghini. Una biografía, y Baigorria, autor de este clásico sobre Sánchez, han compuesto, cada uno a su manera, dos de las biografías literarias más importantes de los últimos años. Las dos biografías son expresionistas. No son tanto Lamborghini ni Sánchez los que aparecen en esas biografías sino un modo de mirar que va de narices hacia pequeños detalles que la criba del pasado nos deja. Aunque puedan leerse como novelas, por el fuerte componente imaginario que las nutre, jamás se podría decir que son novelas biográficas. Son ficciones con un pequeño núcleo de lo real bombeando.
Son biografías conjeturales. Un género arrancado con los dientes a las semblanzas de Borges. “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja es la inocente voluntad de toda biografía” -escribía Borges en Una vida de Evaristo Carriego-. Las despreocupaciones de Baigorria son notables. Si el género es culpable, la inocencia de Baigorria no tiene límites. La de Baigorria y la de Strafacce se inscriben en un género de biografías que invierten el afán documental para confesarse impulsadas por preguntas fundamentales: preguntas existenciales que aparecen como un tormento firme en mitad del insomnio hasta que en un amanecer cobran por fin su forma exacta: Lamborghini, Sánchez. ¿De qué cosas está hecha una vida literaria? ¿De qué materias viscosas y arduas, amasadas con experiencia y fuga? Las preguntas son como flechas que parten en muchos pedazos el tiempo.
—Juan J. Mendoza
—Leído en el Museo del Libro y de la Lengua, 23 de abril de 2013. Una versión diferente del texto ya había sido publicada por el suplemento Radar Libros [Página/12, 27/01/2013].