Perlongher vive

jornadas perlongherHace 20 años, Néstor Perlongher se deslizaba por los últimos tramos de una «larga y penosa enfermedad» llamada Sida en su departamento de Sao Paulo. Estas imágenes corresponden, en cambio, a tiempos más felices, seguramente una fiesta a principios de los 80. A propósito del título de su cuento «Evita vive (en cada hotel organizado») -consigna del Movimiento de Inquilinos Peronistas-, quisiera recordarlo hoy, en vísperas de las «Jornadas Néstor Perlongher-20 años» que organizan Paula Siganevich y Cecilia Palmeiro para el 27 y 28 de noviembre en la Biblioteca Nacional. De los varios textos que en estos días mencionan el aniversario o aprovechan para meter letra en el periodismo cultural, destaco el de Mabel Bellucci «Relaciones carnales» en Las 12 de Página, donde se revisa el vínculo entre feminismo, revolución y liberación sexual que Néstor advirtió como pocas entre las vanguardias de los 70.

Aquí va en digital el artículo que escribí para la antología Lúmpenes peregrinaciones, publicada en 1996 por Beatriz Viterbo, con selección de Adrián Cangi y Paula Siganevich:

  

                         Rosa mística de Luxemburgo

«Meu mestre a Vos aquí eu peço/ Para Vos me guiar/ Me guie no caminho da Santa Luz/ Nao deixa ninguém me derribar». Acompañada de himnos a Jesús y María, ella bajaba, dentro de su ataúd, al centro de una fosa abierta en la tierra roja del cementerio de Sao Paulo, junto a un árbol con flores amarillas, el 26 de noviembre de 1992. La ceremonia había sido organizada por el Centro Ecléctico de Fluyente Luz Universal Flor de las Aguas, más conocido como iglesia del Santo Daime, al que la Rosa había pertenecido hasta unos meses antes de su muerte.

Sarita Torres, su amiga íntima, casi una hermana, que viajó desde Buenos Aires en esos días para encontrarla en camino a los subsuelos del cementerio, la había conocido cuando era Luxemburgo, o Rosa L. de Grossman (apellido de casada de la líder espartaquista que Perlongher usó como seudónimo en sus primeros textos políticos); la había conocido al mismo tiempo que el yo que habla, firma, escribe estas palabras entre las masas de rizomas que quedan bajo la superficie de la flor. «Delias de rimmel descorrido, Etheles, rosas a la caza de un Grossman perdido en Luxemburgo» diría Perlongher al escribir sobre sí mismo y su libro Alambres (1). ¿Dónde, cómo, cuándo se unen las dos rosas? ¿La Luxemburgo con la mística, la agitadora de Avellaneda con la que canta el himnario cristiano y participa en ritos esotéricos?  ¿Se trató acaso de una conversión New Age, tan en boga en una generación quebrada por una inmensa derrota? ¿Algo que tuviera relación con la enfermedad, una sospecha de la proximidad de la muerte? ¿En qué rosal amazónico se conecta el Perlongher político con el que entra en la deriva mística final?

Tenía veintidós años cuando, en el 72, ante cincuenta personas reunidas para fundar el Grupo Política Sexual, en una casona de Flores, descruzó sus piernas, enfundadas en pantalones de corderoy marrón con botamanga pata de elefante, se acomodó sobre sus zapatos con plataforma y dijo: «Soy militante del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina». No se puede decir que era linda, la Rosa. Más bien baja, de cara redonda, de intensos ojos de mirada negra sobre una nariz que no se podía pasar por alto. Pero sabía pelear. Había dado sus primeros pasos en la militancia –más que pasos, gateos– cuando comenzó a estudiar sociología en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1968-69. Llegó a encabezar la fracción de Política Obrera en la Facultad, mientras mantenía una pelea interna con sus propios camaradas para que se le reconociera públicamente su condición de homosexual. Su exigencia de que el PO se pronunciara abiertamente sobre el tema, terminó en su rompimiento y alejamiento definitivo, precisamente al mismo tiempo en que ingresaba al FLH, en marzo del 72. Pero nunca traicionó del todo su origen. Su estilo, su forma de argumentar y polemizar tuvieron siempre un matiz, una coloración «trotskista». Su ingreso al FLH –donde fundó el grupo Eros– imprimió al flamante movimiento homosexual una tónica agitativa, polémica. Él mismo escribiría en los volantes del 73: «Vivir y amar libremente en un país liberado». En los años 90, la consigna aún flamea, se pliega, restalla y ondula en las banderas de las marchas del Orgullo Gay-Lésbico ante la Catedral porteña. Sin embargo, Perlongher tenía el suficiente instinto político como para advertir que en lo gay se encerraba el proyecto de construcción de un ghetto, un corral para domesticar al deseo, un alambre de púas para evitar las fugas con que el deseo hacía estallar la normatividad heterosexual imperante.

nestor perlongher rosa patria

Rosa Luxemburgo de Avellaneda fue responsable de lo que para algunos fueron las «posiciones ultraizquierdistas» del FLH. Eran años de intensa radicalización y contestación de masas, y el objetivo declarado de esta flor de la militancia –en afirmaciones ante el semanario amarillo Así, en el 73– era articular las «reivindicaciones homosexuales» en el marco de las luchas populares, en las demandas de la izquierda y en el «proceso de liberación nacional y social»: esto último incluía, específicamente, tener en cuenta la emergencia –y radicalización-del peronismo (2). De allí la participación y volanteadas del FLH en movilizaciones como las que saludaron el ascenso de Cámpora al gobierno y el retorno de Perón al poder. Uno de esos volantes terminaba con una frase de Evita, condenando a «los que no aman porque para ellos el amor es una exageración y una ridiculez». Y un cartel del Grupo Eros en Ezeiza rezaba «Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad» (consigna tomada de la marcha peronista). La Rosa sostiene el ala derecha del cartel, posa para la foto: datos a tener en cuenta a la hora de releer su polémico relato Evita Vive.

Digamos que se trataba de una rosa con antenas –o espinas– listas para percibir la dirección general de los acontecimientos de la vida política, una planta que pensaba su inserción dentro de esos procesos. Le interesaba mucho algo que es condición sine qua non en toda actividad política, que es el problema de las alianzas; sin alianzas no es posible concebir lo político como fenómeno. De allí que también incitó la alianza de los militantes homosexuales con sectores anarquistas –el grupúsculo Bandera Negra–, con organizaciones feministas –el Movimiento de Liberación Femenina y la Unión Feminista Argentina– y con grupos que promovían y estudiaban la «liberación sexual» en general, dentro del marco de una revolución de las costumbres. Perlongher fue uno de los primeros intelectuales argentinos en interesarse por el fenómeno del feminismo, a partir de su caracterización del modo de funcionamiento sexual como de «heterosexual compulsivo y exclusivo». Y en 1975 encabezó la lucha contra la ley de restricción a los anticonceptivos que proponía el gobierno de Perón, en una campaña de recolección de firmas y volanteadas en la zona céntrica.

En otras palabras: la Rosa supo dibujar el mapa de un país desplegado sobre un espacio abierto, liso, no limitado por organización alguna de la identidad, mediante un trayecto político que ningún partido u organización hoy puede terminar de encerrar o contener. En su poema SIGLAS, escrito en 1978, aludía precisamente a las aventuras o desventuras de un/a activista que pasa de un grupo a otro: FRP,ARP,PVP,FPL, UP… etcétera. Y concluía con un «agradecimiento del autor» a las casi 90 organizaciones que menciona en el poema, en una lista, con sus nombres completos. Fue tal vez esta distancia frente a sus propias pasiones lo que le permitió salir de la obsesión militante cuando aún tenía tiempo para ello. En una charla con María Elena Oddone, fundadora del MLF y directora de la revista Persona, Perlongher recordaba una de las escenas finales, casi patéticas, del Grupo Política Sexual, al que definía como «conjunto de gays, feministas y varones no machistas… Ruth Kelly (la prostituta) durmiendo sobre las pilas de Persona no distribuidas, el teléfono sonando permanentemente con las amenazas más disparatadas, muchas mujeres huyendo despavoridas…» (3).

Ya eran años en que la militancia estaba en plena declinación, se volvía más riesgosa, se sumergía en la clandestinidad. En que comenzaba a crecer la Rosa barroca –o barrosa–, y se iban escribiendo los poemas del primer libro, Austria-Hungría. Al mismo tiempo, a partir de la influencia que tuvo en su pensamiento la obra de Deleuze y Guattari y de sus primeros viajes a Brasil, donde terminaría afincándose, la Rosa socióloga profundizaba su interés en los procesos micropolíticos, en los procesos de marginalización, en las desterritorializaciones a las que eran sometidas todas las identidades sexuales, en las figuras ambiguas del prostituto masculino, del travesti, del virado, del drogado, del maluco. Desde allí, intentó repensar las condiciones de los espacios y las libertades cotidianas en el contexto de las nuevas aperturas de la democracia representativa: la lucha contra los edictos policiales y la cédula de identidad, por la ampliación de la libertad de deriva y nomadismo en la ciudad. Así, defendió en el 84/85 acontecimientos como la Marcha del Beso –que ella misma había ayudado a organizar– en Sao Paulo, en protesta por la detención de dos travestis que se besaban en la vía pública. Su búsqueda la llevaba siempre al corte, a la ruptura, a la perforación del límite: salirse de sí, acelerar la deriva, pasarse, como desertor, al otro lado.

Su vinculación con el Santo Daime inaugura la fase final, más controvertida o asombrosa, de ese viaje sobre el filo de la identidad personal. Al contrario de lo que puede pensarse, su enfermedad no parece haber tenido influencias sobre esta nueva dirección de sus intereses: Perlongher descubre que es HIV positivo en el 89, en Francia, bastante después de haber comenzado a tener contactos con la iglesia del Santo Daime. Y su «devenir bruja» había comenzado aun antes. Por los años 87/88 –al mismo tiempo en que escribía sus principales ensayos sobre el neobarroco– comienza a tomar ayahuasca o yagé, la bebida de propiedades alucinógenas que se obtiene de la maceración de dos plantas amazónicas, y que la mencionada iglesia denomina «daime» (que significa «dame»). Al colgarse de esa liana, la Rosa metió –como Burroughs– el propio cuerpo en línea para el salto mortal dentro de la religiosidad selvática. Para ello, participó en esas ceremonias en que, los varones de un lado, las mujeres de otro, vestidos austeramente, con ropas blancas y azules, se disponen en forma de doble L alrededor de una mesa sobre la que titilan velas y piedras transparentes, en torno de la cruz de Caravaca (dos maderos horizontales) que se yergue al centro. Así, durante varios años, la Rosa mística danzó y cantó los himnos de inspiración cristiana con aportes espiritistas y esotéricos, tomando cada tanto la bebida mágica, en ritos que podían durar toda la noche y a veces parte del día siguiente. Llegó a viajar al Amazonas en un periplo de dos días, navegando por ríos de la selva, hasta la comunidad que la iglesia posee en la aldea de Ceu do Mapiá. Allí, su búsqueda tenía un soporte grupal, se producía en un contexto cultural que le daba sentido, que le permitía –como dijo en sus charlas sobre antropología del éxtasis y en su ensayo Fuerza y forma en la religión del Santo Daime– decodificar la experiencia, transformando la simple y llana alucinación de la droga en visión de lo sagrado.

Pero no era una religiosidad ascética, New Age, clisés de California. Era el éxtasis sin cilicios de la experiencia poética entrando en alianza con la percepción alterada por las libaciones  rituales. El uso del cuerpo para una producción de intensidades. La asociación entre el cuerpo místico y el cuerpo sin órganos de Deleuze. La búsqueda de una experiencia de transustanciación donde se rompen las barreras corporales e identitarias, donde «…dado vuelta por las emanaciones de los brebajes alucinantes, el danzarín dionisíaco, absorbido por la exaltación musical de las cantigas en el acompasado ritmar de la floresta, sale de sí, se siente Dios»(4). He aquí la deriva de la Rosa en pensamiento y en poesía, aquello que conecta la flor de la agitación micropolítica con la que realiza la zambullida final en los ríos de lianas y flujos del misticismo tropical.

Perlongher no era ciego al hecho de «la actual promoción expansiva de la mística y de las místicas, como manera de vivir un éxtasis ascendente, en un momento en que el éxtasis de la sexualidad se vuelve, con el sida, redondamente descendente» (5) . Y en algún momento se mostró preocupado por ese nuevo curso en su travesía («¿no terminaremos siendo todos unos brujos?» se preguntaba, a comienzos de los 90, cuando hablábamos de estos temas). Pero ya admitía ver «entidades» que no creía que fueran simples alucinaciones, y no le molestaba en absoluto que en aquellas ceremonias se las denominara con nombres cristianos. «Mirá, estás toda la noche, a oscuras, cantando los himnos, y te dan de beber cada tanto esos jugos de la planta sagrada» decía, al narrar sus experiencias. «Y sí, da miedo, pero de repente entrás a ver cosas muy interesantes. Luz, mucha luz. Apariciones. La Virgen María, por ejemplo». Una virgen peculiar, en efecto, ya que para muchos de los adeptos al Santo Daime, la misma maconha es denominada «Santa María».

De todos modos, dicen que la Rosa terminó «enojándose» con la iglesia a principios del 92 porque no encontró suficiente contención cuando comenzó a sentirse realmente mal. La ruptura no afectó su relación con la ayahuasca en sí: continuó guardando botellas de la bebida, y empinando el codo, cada tanto, en su casa; excepto sobre el final de la enfermedad, cuando ya no se animaba a sumergirse en las zonas más riesgosas de esa intensidad. El «enojo» tampoco afectó del todo la relación con sus antiguos compañeros de búsqueda mística: los miembros del Centro Ecléctico paulista –al que Perlongher había dedicado su último libro de poemas publicado en vida, Aguas aéreas — respondieron a su muerte  con la ceremonia del entierro, dirigida por el antrópologo Edward MacRae, seguida de un funeral en su propia casa, el 26 de noviembre por la noche.

En 1992, Perlongher cerraba su artículo El fin de la homosexualidad con dos oraciones que bien podrían haberse convertido en su epitafio: «Abandonamos el cuerpo personal. Se trata ahora de salir de sí». Por ahí está el polen que multiplica rosas y espinas en los ojales de la explosión micropolítica, en los procesos de minorización, en los viajes por las arenas nómades de la deriva sexual, en las líneas de fuga que sacan al cuerpo de la familia, del barrio, del ghetto, de la ciudad. Así, la Rosa mística y la espartaquista, en vez de hacer pareja, de volverse una, hicieron rosal, rizoma, multitud. Y en su deriva vegetal, mineral, molecular, aquella flor entró en la tierra para devenir mil rosas.

Osvaldo Baigorria, marzo de 1996

Notas

(1) Perlongher, N. «Sobre Alambres», El Porteño, No. 74, Buenos Aires, enero de 1988.

(2) Sin firma. «La batalla homosexual en Argentina». Así, Buenos Aires, 3 de julio de 1973.

(3) de Grossman, Rosa L.  «María Elena Oddone: devenir feminista», Alfonsina, Año 1, No.4, Buenos Aires, 26 de enero de 1984.

(4) Perlongher, N.  «Poesía y éxtasis», La Letra A, Año 2, No. 3, Buenos Aires, 1991.

(5) Perlongher, N. «La desaparición de la homosexualidad», El Porteño, No. 119, Buenos Aires, noviembre de 1991.