Mis malditos favoritos

Una nota de Ezequiel Alemian en Perfil Cultura de hoy indaga en la tradición del malditismo (que es sobre todo francesa: Sade, Baudelaire, Rimbaud, Genet, Bataille), recoge testimonios de Ricardo Strafacce, Christian Ferrer, Damián Tabarovsky, Américo Cristófalo y Diego Bentivegna, y se pregunta por qué en las letras argentinas no hay suficientes malditos. Dice Alemian:«Cuando en 1888 Paul Verlaine tituló Los poetas malditos el libro homenaje que dedicó a seis escritores que admiraba, estaba nombrando por primera vez una categoría de escritor que había surgido un siglo antes pero recién entonces empezaba a ser pensada. Maldito era el escritor que irritaba a los ciudadanos, aquel cuyos textos generaban escándalos y al que el poder perseguía. Era el que se enfrentaba con la moral dominante, de las Luces, humanista y progresista.»

Dice Cristófalo: «Históricamente el maldito es el que enfrenta la literatura con la moral dominante, del progreso, de la perfectibilidad humana y de la razón ilustrada, el ideal humanista de un mundo en equilibrio. Trabaja sobre la idea de que esa moral hegemónica excluye de la escena las fuerzas oscuras de la naturaleza. En la perspectiva de un materialismo pesimista, repone el pensamiento del mal y entra en contacto con la destrucción como fuerza natural a través de formas y figuras del mundo sagrado, como el sacrificio, la muerte, el fetichismo sexual”.

Dice Bentivegna: “las grandes figuras de la literatura argentina son antimalditas: Borges; Cortázar, ese militante de la buena conciencia que está siempre donde tiene que estar y como tiene que estar; Adolfo Bioy Casares; Juan José Saer. Son la línea hegemónica de la literatura argentina contemporánea”.

Dice Ferrer, pensando en un autor que más que maldito es «negro»: «La autoría negra queda definida por el silencio que rige sobre su nombre. La obra se vuelve inmencionable. Depuración y olvido, ésas son las maneras de la eugenesia estética”. Ejemplo de cajón: Raúl Barón Biza. «Las vigas maestras de su cosmos literario son el anticapitalismo y la vida sensualista y sórdida. Su voluntad de transgresión consiste en aumentar maquinalmente el grado de sexo o de blasfemia, a fin de ir más allá, hasta llegar a la mayor abyección posible».

Dice Strafacce: «un escritor maldito es el que sustrae su cuerpo de la escena literaria, de la vida social de la literatura, y al sustraerse sustrae también sus textos: no le importa publicarlos, los pierde, es capaz de escribir una obra genial y olvidarla”. A no confundirse: Osvaldo Lamborghini es más bien un contraejemplo: «Nadie como él quiso tanto estar en la escena literaria. Cuando reseñaba libros en Primera Plana, respetaba todos los protocolos críticos, no quería generar ninguna polémica. Se vinculaba con gente que detestaba porque creía que le podía ser útil. Siempre estaba desesperado por publicar, y les confesaba a los amigos las ganas que tenía de que lo entrevistaran». Malditos sólo fueron Macedonio Fernández y Ricardo Zelarayán. “Su sustracción del sistema no es estratégica, como podría serlo en el caso de Aira, o de Thomas Pynchon. Macedonio y Zelarayán no sacan ningún rédito.”

Algunas operaciones sueltas en clave maldita: la biografía Operación Masotta de Carlos Correas, el cuento Evita vive de Néstor Perlongher (sobre todo por el escándalo provocado) y el ensayo No matarás de Oscar del Barco (sobre todo por los debates generados).  Otra forma discutible de malditismo sería la del políticamente incorrectísimo Jorge Asís…

Concluye Alemian: «Mientras que el maldito provoca siempre contra el sistema, y no acepta jamás una reconciliación con el mismo (Guy Debord podría ser un ejemplo), las figuras que en la escena literaria suelen aparecen como provocadoras en verdad lo hacen a favor del mismo. Utilizan la provocación como forma de ingreso al sistema, pero una vez que alcanzan el centro de la escena su energía se atenúa, su poder de irritación se desdibuja, su retórica se ha degradado. Ya han hecho el gasto (cuando los malditos, como señalaba Bentivegna, son incansables). Es que, en realidad, la provocación era para ellos una vía de acceso al poder, y no su desafío.»

Posfacio a la transgresión: a mí se me ocurriría por el momento añadir dos nombres: José Sbarra y Enrique Symns. Pero antes de la pregunta sobre la relación de esos dos con la literatura argentina habría otra pregunta (no retórica): ¿por qué tantos machos alfa o libertinos de género varón? ¿O aquí no hay malditas?

Ideas para otra nota.

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