Un militante de los márgenes

Poeta, sociólogo, ensayista, antropólogo, Néstor Perlongher (1949-1992) emergió en la década del 80 fuera del under en el que era celebrado como autor de culto a través de su cuento Evita vive (en cada hotel organizado). La inclusión de ese texto en la revista El Porteño de abril de 1989 suscitó amenazas telefónicas de bombas, indignadas cartas del lector en los diarios y un reclamo de secuestro de la publicación por parte del Concejo Deliberante. No era para menos. La Eva de Perlongher resucita, baja del cielo, reparte marihuana entre los excluídos, tiene relaciones sexuales con varios hombres a la vez, le chupa la verruga a un comisario, arenga a los habitantes de hoteles de bajo fondo: “Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados”. Dicen que el edil justicialista Juan Carlos Suardi leyó fragmentos ofensivos para escandálo de sus colegas, que el intransigente Héctor Renovales le habría exigido que dejara de “proferir esas palabrotas” y que los términos más urticantes fueron suprimidos de la versión taquigráfica de la reunión del Concejo.

Mediante la resurrección de Eva como diosa-madre del “lumpenproletariado”, Perlongher puso en escena una de las facetas de su periplo intelectual, la del provocador atraído por la zona más lateral, maldita y descentrada del peronismo. Conocido como animador esencial de la corriente llamada neobarroca en la literatura nacional, Perlongher fue en primer término un pensador y un militante de los márgenes, las minorías, las micropolíticas del arrabal.  Pero su sentido del humor, inclinación a la parodia y voluntad de provocar tensionaban radicalmente las exigencias de una política orientada a entrelazar y aliar los puntos de resistencia o fuga ante el orden social. Uno de los personajes que aparece en Evita vive retrata ese perfil de universitario setentista que fue el mismo autor, situado a orillas del ambiente gay y del circo hippie, entre la izquierda y la contracultura, parando en un hotel con cuyos inquilinos “no estábamos haciendo laburo de base sino public relations para tener un lugar no pálido donde tripear”.

Su primera aparición a cara descubierta fue en 1973 cuando, con 23 años, pelo largo hasta los hombros, pantalones de corderoy con botamanga pata de elefante y zapatos de plataforma se presentó en un reportaje de la revista sensacionalista Así para declarar en nombre del Frente de Liberación Homosexual (FLH): “Nosotros consideramos que la lucha por la libertad sexual no se libra aisladamente sino se da en el marco de la lucha por la liberación nacional y social, por lo cual nos hemos identificado con las reivindicaciones de los sectores populares”. El 25 de mayo de ese año encabezaría la marcha de cincuenta activistas del FLH de Retiro a Plaza de Mayo para unirse a la manifestación que celebraba la asunción de Hector Cámpora como presidente. Y el 20 de junio también estaría en Ezeiza con otros tantos arrastrados por la vorágine de su discurso pasional, brillante y certero para unirse a las multitudes que fueron a esperar la vuelta de Perón. Se trataba de romper el mito que identificaba a la homosexualidad como “práctica reaccionaria” así como “incorporar a la comunidad homosexual al proceso de liberación en marcha”.Y de soñar con la utopía de un magistral cruce de fronteras entre los territorios del liberacionismo, en una vasta maroma o insurrección deseante que fundiría a locas de barrios norte y sur con villeros, artesanos, vendedores ambulantes, taxiboys, obreros y estudiantes de izquierda peronista y no peronista.

Aun no había destape alguno, ni moda, ni modelo gay dominante. Salir a la calle era peligroso, pero Perlongher llevaría su propio coming out hacia ese punto en el cual convergían las molotovs y las citas de control con los tacos altos y el tapado blanco de piel sintética con el que se animaba a cruzar Puente Alsina a la madrugada para volver a su casa desde un party o fiesta semiclandestina. En Filosofía y Letras había militado en Política Obrera (PO), llegando a ser responsable de los grupos de autodefensa como miembro ejecutivo del Cuerpo de Delegados de la facultad.  Sin embargo, la demanda de reconocimiento público de su condición homosexual dentro del PO era acaso pedirle demasiado al trotskysmo argentino de principios de los 70. Luego de romper con esa agrupación se incorporó al flamante FLH, entre cuyos fundadores estaban Manuel Puig y Juan José Sebreli. En el frente operaban grupos en forma autónoma y descentralizada, cada uno con su nombre y esfera de intereses: Safo, Nuestro Mundo, Emanuel, Bandera Negra, Profesionales. Allí, Perlongher fundaría el grupo Eros, contribuyendo a radicalizar las posiciones políticas de todos y a ponerle la firma del FLH a carteles, volantes y declaraciones propias de su aguerrido estilo de intervenir, polemizar,  pelearse o acordar.

Uno de los carteles pintados por su puño y letra decía: “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”. Otro rezaba: “Vivir y amar libremente en un país liberado”. Estas consignas filoperonistas llegarían a flamear y ondular durante los 90 en marchas por el Orgullo Gay frente a la Catedral porteña. Pero ya no sería lo mismo. Perlongher tuvo el suficiente olfato político para advertir que dentro de la modelización de lo gay “a la norteamericana” se ocultaba la construcción de un corral para domesticar al deseo, de un alambre de púas para evitar las fugas que vulneraban los límites de la forma, la unión “civil”, el sedentarismo conyugal. Como uno de los primeros intelectuales argentinos en interesarse por el feminismo al mismo tiempo que por los derechos de las trabajadoras sexuales, cofundó otro frente, el grupo Política Sexual, que reunió a homosexuales, protoswingers, feministas, prostitutas y varones heterosexuales “concientizados” para dirigir los primeros reclamos por la derogación de los edictos policiales y la lucha contra la ley de restricción a los anticonceptivos, en campañas de recolección de firmas y volanteadas en el microcentro a mediados de los 70.

Su emigración a Brasil en 1981 no sólo le permitió realizar su tesis de Master en Antropología Social a partir de una investigación personal sobre prostitución masculina en San Pablo, publicada luego como El negocio del deseo; además, pudo extender su pasión militante a nuevos terrenos de la marginalidad. Bajo los seudónimos de Rosa Luxemburgo, Rosa L. de Grossman y Victor Bosch, siguió publicando artículos contra los edictos, la violencia homofóbica y la guerra de Malvinas en las revistas argentinas Alfonsina, El Porteño, Cerdos y Peces, al mismo tiempo que se interesaba como observador y participante en las luchas de minorías brasileñas: negros, artistas, malandras, sadomasoquistas, drogadictos y otras formas disidentes de subjetivación.

Sus guías para pensar esos procesos que, pese a ser minoritarios, afectaban íntimamente al cuerpo social, fueron Gilles Deleuze y Félix Guattari. En ensayos y conferencias como los publicados en la antología Prosa plebeya, Perlongher subrayaba la necesidad de no pensar los márgenes sólo en términos de la negatividad de sus carencias (falta de techo, de empleo, de lugar), sino en la positividad de sus errancias, en su rechazo a la disciplina de la familia y a la domesticación del trabajo. Por otra parte, cuestionaba la afirmación de identidades disociadas, renuentes a lo abierto y encorsetadas por ideas fijas. Sin renunciar a la conquista de espacios legales, proponìa entrelazar las derivas, pensar nuevas formas de liaison entre disidencias, unir a “los amantes de lo idéntico con las heteróclitas y peligrosas marginalidades”. En vez de procesar desde la izquierda una integración al sistema, de erigir un modelo normalizador que vuelva a operar nuevas exclusiones o de pedir reconocimiento desde el poder, sugería una expansión intensiva de las diferencias dentro del campo social. Más confluencia que sectarización, más política de contagios que autosegregación. No construir un territorio separado de “los puros, los buenos, los mártires, los ilustres” sino soltar todos los deseos, abrir todos los devenires: “Locas bailando en las plazas, locas yirando en las puertas de las fábricas, locas haciendo cola en los bañitos”.

Así pudo inspirar la brasileña Marcha del Beso con la cual se protestó contra la detención de dos travestis y también observar lúcidamente los saqueos de San Pablo en 1983 como preludio de nuevas formas de confrontación salvaje en las ciudades latinoamericanas. Perlongher observó que una “pasión de autoabolición” que irrumpía en el ataque violento a las instituciones y podía llegar a la autodestrucción amenazaba a los procesos de fuga y ruptura tanto como el encierro en un ghetto y la reserva de un lugar secundario en el teatro de la representación política.

Con su llamado a poner en movimiento procesos que multipliquen las conexiones en vez de cortes que las disminuyan, este luchador de toda la vida dejó rastros de carmín y textos imprescindibles para comprender la historia micropolítica de los márgenes hasta el día de su muerte en San Pablo, el 26 de noviembre de 1992.

Osvaldo Baigorria, “Néstor Perlongher, militante de los márgenes”, Debate. Revista semanal de opinión, Buenos Aires, 03/09/04

Evita vive y otros relatos, con prólogo de Adrian Cangi, ha sido editado por Santiago Arcos, Buenos Aires, 2009

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