
A mediados de abril de 2003 Néstor Sánchez emprendía su retirada de la vida quince años después de haber publicado su último libro y de desertar de todo impulso a hacer una carrera “literaria”, una ambición que siempre le había parecido sospechosa. Ya había desertado otras veces, la más larga entre 1974 y 1988. Irrumpió en 1966 con la publicación de la novela Nosotros dos en editorial Sudamericana por recomendación de Cortázar. Le siguieron Siberia blues, El amhor, los orsinis y la muerte y Cómico de la lengua, en las que desplegó su propuesta de una “escritura poemática” en colisión con las tradiciones consagradas del género novela. Elogiado por alguna crítica de la época como gran promesa literaria junto a Manuel Puig, a principios de los 70 fue publicado en España por Seix Barral y traducido por Gallimard en Francia: su agente fue la célebre Carmen Balcells. Pero a mediados de esa misma década abandona la literatura, la traducción, sus vínculos de familia, trabajo y amistades para entregarse a una experiencia trashumante y de búsqueda corpoespiritual tras las enseñanzas del místico armenio Gurdjieff. Su rastro se pierde y recién se lo encuentra en los años 80, cuando Claudio Sánchez se entera que su padre dormía en una playa de estacionamiento de Los Ángeles, en esa California a la que había llegado por tierra desde la Costa Este como siguiendo la huella de Kerouac y otros vagabundos del dharma. Había deambulado por Paris, Roma, Barcelona, Nueva York, entre otros lugares del hemisferio norte, a veces como un linyera: parte de esa experiencia está ilustrada en detalle en su “Diario de Manhattan”, aunque también se la encuentra, narrada elípticamente, en otros textos. Cuando volvió a la Argentina tras dieciocho años de ausencia, según testimonio de su hijo Claudio, traía solo un bolsito con un pijama y sus documentos. En mi libro Sobre Sánchez intenté dar cuenta de esos años a la intemperie en los que creo se cifra el enigma de toda una vida.
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Néstor Sánchez, escritor de culto de la década del 60 que renunció a su identidad de escritor y a toda función profesional después de publicar cuatro novelas y un libro de relatos, vagabundo en Europa y Estados Unidos, desaparecido voluntario-se lo creyó muerto por casi una década- y lumpen a conciencia, merecía mucho más y algo menos que una biografía «literaria» o «monumental», según me pareció y fui descubriendo a medida que indagaba y escribía sobre su figura.