
Cuando escribí Correrías de un infiel, a principios de siglo, me propuse hacer una novela, a partir de la coincidencia de mi apellido con el del narrador y con el de un personaje inspirado en el coronel Manuel Baigorria. Así lo entendió Ana Longoni, en la presentación: «Hay por lo menos tres Baigorria cruciales en el libro: el autor, el narrador (se trata de un relato en primera persona) y el personaje histórico, militar unitario aparentemente mestizo refugiado entre los ranqueles durante más de veinte años, enemigo de Rosas… El punto es que el pacto habitual de lectura que propone una novela aquí se desdibuja: ¿dónde termina la confesión autobiográfica y empieza la ficción? Quizá la gracia del asunto radique en esa imprecisión, que el texto alienta continuamente». Así lo comprendió Germán García: «Yo creo que acá hay un narrador que busca ese espacio inconmensurable, apropiándose de un elemento azaroso -como ocurre tantas veces en la literatura-, que es el apellido Baigorria. En ese espacio ajeno en el que se ingresa a partir del rastreo del apellido hay una transformación de la relación que se tiene con la propia cultura». Y así lo percibió María Pía López: «En las palabras se sacude del polvo de Tierra Adentro. En esta novela se decide qué heredar y qué no heredar de (Manuel) Baigorria. Y se decide no heredar el tono de disculpa. Correrías puede pensarse como unas memorias -de todas las experiencias vitales atravesadas por el narrador: sean las de la multiplicidad de la vida sexual en el mundo de la contracultura, sea la del ritual de la comunión en un convento- que no pretenden disculpas… Eso me parece que es una decisión respecto de la herencia, respecto de qué significa heredar y qué significa elegir un antepasado». Continuar leyendo «Crónica en defensa de la novela»
