Hace 30 años Néstor Perlongher desencarnaba en Sao Paulo y un rito funerario conducido por el antropólogo Edward MacRae acompañaría el descenso de sus restos al centro de una fosa abierta en la tierra roja del cementerio de Sao Paulo, junto a un árbol de flores amarillas, entre cánticos de adeptos al Centro Ecléctico de Luz Universal Flor de las Aguas, más conocido como iglesia del Santo Daime. Era el final de la etapa más asombrosa del viaje de Perlongher sobre el filo de la identidad personal. Una flor -la Rosa- bajaba a la tierra para devenir mil rosas. En estos días, va como homenaje la reedición ampliada de este libro.
Con agradecimiento por haber sido invitado a dar la conferencia inaugural del Festival Internacional de Poesía de Rosario, ante todo debo advertirles que me siento un poco como un usurpador involuntario, o un ladrón al que le han abierto la puerta e invitado a entrar a robar, dado que hay poetas de extensa trayectoria que podrían estar en este lugar mientras yo tengo un solo libro de poemas publicado y algunos pocos versos inéditos que andan por ahí dando vueltas, o sea, nada que me haga sentir particularmente orgulloso o que pueda envanecerme en algún sentido. Además, tengo ante mí la responsabilidad de inaugurar este festival conferenciando sobre la poesía y el tiempo; textualmente, tal como me han propuesto en el mail de la invitación, reflexionar sobre “la potencia de mutación de la poesía para trascender los límites o territorios que se le imponen a través del tiempo”. Bueno, es un tremendo desafío porque temo que lo que yo tenga para decir sobre esta cuestión puede ser para muchas de ustedes una pérdida de tiempo.
Pero intentaré cumplir lo mejor posible la función que me toca, si bien lo único que me siento capaz de hacer es citar, parafrasear, en fin, apropiarme de lo que han dicho otras voces más inteligentes, potentes y perdurables que la mía. Aviso, antes de empezar, que cada vez que me acuerde intentaré hablar en el plural mayestático basado en la forma gramatical del género femenino. Es una convención como otras, pero que a mí me resulta más manejable que el neutro del llamado lenguaje inclusivo, no por una cuestión de prejuicios, no tengo nada en contra de la letra “e” pero creo que la letra “a” tiene más posibilidades semánticas y sonoras en ciertas expresiones. Por ejemplo, en lugar de “nosotros y ellos”, diré “nosotras y ellas”; lo prefiero al “nosotres y elles” porque me parece que suena mejor, y esto lo haré cada vez que pueda y nunca de manera dogmática. Y acerca de ellas, las poetas, artistas y filósofas a las que citaré, aviso también que lamentablemente estoy obligado a hacer un poco de name-dropping, o sea que voy a mencionar varios nombres no para mandarme la parte ni para impresionar a nadie sino porque me siento más refugiado, cobijado, bajo esos nombres ya autorizados o autorizables, pese a que a veces han formulado tesis o han escrito poemas en los que pueden encontrarse muchas contradicciones sobre qué es el tiempo y cuál es su relación con la poesía.
¿Qué es el tiempo? Time is Money, reza un viejo proverbio protestante que usó libremente Benjamin Franklin en sus consejos a un joven comerciante, o joven emprendedor, del siglo XVIII. Time is Money es ahora también el nombre de un cosmético, una sombra de ojos glaseada con reflejos metálicos, según nos informa la poeta canadiense Daphné B (en Maquillada, su libro sobre el maquillaje).
Hace dos años me despedía de esta mujer. En medio de la pandemia se moría Susi (Susana Beatriz González, 1955-2020) de un agresivo cáncer de pulmón que (me) sorprendió por su velocidad de metástasis. En medio de la pandemia, con barbijos, alcohol en gel y las más extremas medidas de precaución para evitar los contagios, la acompañé a hacer quimioterapia al Instituto Fleming por cuatro meses de ese invierno tan cruel del 2020 hasta que su cuerpo tiró la toalla. En medio de la pandemia quedó internada en el departamento que compartíamos, digamos, en casa, lejos de los hospitales donde las víctimas del Covid morían como moscas, hasta el momento final. Ahora quiero recordarla en sus mejores momentos, como esta foto en Venecia en 2016, de vacaciones de su trabajo en el hospital Pirovano, donde fue intensivista durante tres décadas, atendiendo urgencias y post operatorios, cuidando hasta el último aliento a quienes más necesitaban, además de cuidar cada día a todas sus amistades y familiares, y a mí, por supuesto, que me sentía tan cuidado a su lado, tan protegido y contenido y amado que su partida fue -hasta la fecha- el golpe más fuerte que recibí en mi vida.
Las Posesas es un libro que transcribe la conversación a distancia que tuvieron en 2020 y 2021 Esther Díaz y Albertina Carri, dos mujeres que no se conocían y que gracias a la escritura generaron un potente lazo afectivo. La primera parte de esta correspondencia comenzó en 2020 justo antes de la pandemia y versa sobre el tema de la memoria. La segunda parte tuvo lugar durante 2021 y trabaja sobre el tema de la pérdida.
Escribe Daniel Link en Perfil: «Estoy leyendo (y fichando) las Memorias del coronel Baigorria, las Memorias del excautivo Santiago Avendaño, la Excursión de Mansilla y las Correrías de un infiel de Osvaldo Baigorria. Antes había leído una vez más el Martín Fierro y La cautiva. No hace falta que subraye el hilo conductor de mi interés: son los indios, esos “otros” de la patria (respecto de los cuales no tuvieron contemplaciones ni los liberales ni los populistas: Rosas fue tan exterminador como Sarmiento y Roca). Esos a los que Alsina les ofreció su zanja como solución de las contiendas territoriales. Supongamos que esa propuesta multinacional hubiera triunfado. Hoy abominaríamos de las descripciones intolerables que hace José Hernández de la vida en las tolderías de su héroe criminal».
En la muestra de Fabio Kacero «El campeón de los fantasmas», que exhibe, copia, retoca o inventa las firmas de ciento ochenta y dos artistas, escritores, críticos, curadores y galeristas «con cuotas variables de fama», como dice Graciela Speranza en su comentario de la revista Otra Parte, y las firma al pie «para dar crédito a una obra hecha ‘en colaboración con vivos y muertos’ o, en todo caso, de sus esmeradas dotes de falsificador». El comentario se lee por aquí, y la muestra -con curaduría de Francisco Garamona- se exhibe del 22 de junio al 22 de agosto de 2022 en Galería Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287, Buenos Aires.
Insectos y corales entre otros materiales en esta pieza de Miguel Harte para su muestra de obras 1989-2022
Tan lejanos y tan cercanos, los artrópodos invertebrados que en sus millones de especies constituyen casi el 90 % de la vida en este planeta nos desafían como si fueran alienígenas invasivos. Podemos expulsarlos cuando se meten en nuestras casas, aplastarlos o contemplarlos a prudente distancia. A veces, admiramos sus alas de colores paranormales, sus movimientos de hadas fugaces. Nos hemos acostumbrado a matarlos cuando nos atacan (tábanos, mosquitos) o nos puedan lastimar (escorpiones, algunas arañas), cuando ingresan a nuestras tierras y se comen nuestros alimentos (moscas, hormigas, cucarachas, gusanos blancos de escarabajo en estado larvario que son plaga en campos de maíz o de trigo), y a veces, por asco, por desconocimiento y miedo a enfermedades imaginarias o reales. En ciertas regiones hay algunos comestibles. En libros del Antiguo Testamento se indica que pueden comerse aquellos que tengan patas con coyunturas para dar saltos (langostas, grillos y saltamontes); el resto de los bichos, incluso los alados, son considerados abominables e inmundos, junto a todo animal que se arrastre sobre su vientre: “Todo el que toque sus cadáveres quedará inmundo hasta el atardecer” (Levítico).
A él le gustaba fumar después del orgasmo. Aspiró, soltó el humo y deslizó la yema de su dedo índice sobre la espalda de ella. –Te amo tanto, amada mía. –Yo más bien te desprecio –respondió la amada.