En la Feria de Editores de este año compré dos libros de la editorial chilena Alquimia, uno con extractos de entrevistas a Pedro Lemebel y otro con fragmentos de entrevistas a Elvira Hernández. Ambos títulos empiezan con la palabra “No”: el de Lemebel, No tengo amigos, tengo amores; y el de Hernández, No soy tan moderna. El procedimiento de componer textos solo en base a respuestas y sin incluir las preguntas es conocido en medios periodísticos, pero hay que saber armar con eso un libro y que funcione. En estos casos, las ediciones son impecables en su coherencia y diseño: el libro del cronista y performer Pedro Lemebel está ordenado como una autobiografía involuntaria que va del nacimiento hasta la muerte, y el de la poeta y ensayista Elvira Hernández como una serie de reflexiones sobre temas diversos, desde el oficio de escribir hasta la importancia política del poema, el feminismo y los efectos de las tecnologías en el lenguaje, entre otros.
Demian Orosz escribe para el diario La Voz una nota que incluye entrevista sobre En Pampa y la vía, reescritura del libro homónimo publicado en 1998 por Perfil y de Anarquismo trashumante, publicado en 2006 por Terramar. Observa que este libro «se vincula, a través de filamentos temáticos, o destellos que aparecen una y otra vez, con varios libros de Baigorria. En esa estela se encuentran Sobre Sánchez, que sigue el hilo de la deserción de la literatura y la escapada del escritor argentino; la propia fuga del autor al Tigre cronicada en Estrés de pez; la antología de textos contra el trabajo, Con el sudor de tu frente; la fuga hacia las tolderías en Correrías de un infiel; también hay algo de eso en Postales de la contracultura, peregrinaje e investigación de formas de vida alternativas en las fisuras, en las madrigueras del sistema”. Y pregunta:
¿Es una veta “biográfica” que tiene que ver con algo que titila como forma de existencia posible?
Puede ser. Me interesa la figura del desertor, del que se fuga y rechaza todo lo que el sistema le ofrece aunque pueda perder la comodidad y hasta la vida. Rimbaud, Néstor Sánchez, Reinaldo Arenas, el soldado ruso que abandona la guerra y también el ucraniano que huye de su país en llamas, nos recuerdan con su actitud que puede haber otras formas de existencia más allá de las opciones letales que se nos ofrecen en todo el mundo.
Carlos Aletto escribe sobre En Pampa y la vía para Radar Libros: «La deriva, el nomadismo, las historias de vagabundos y anarquistas son el centro de estas crónicas guiadas por un afán testimonial y también reflexivo acerca de un imaginario en el que libertad y deserción supieron convivir de una forma hoy, quizás, impensable. En esta entrevista, Baigorria refiere la experiencia de su propio nomadismo en los años 70 y el descubrimiento de que su padre también había tenido su pasado vagabundo.
«No era el mismo tipo social que el ciruja. Tampoco sería un antecesor de la persona que vive en la calle. Y de ninguna manera se confunde con el quepide limosna», escribe Osvaldo Aguirre en su reseña de En Pampa y la vía para el diario Clarín. «El crotorepresenta una figura histórica asociada conideales anarquistas y con la elección de un modo de vida desligado del trabajo y de la familia, según la investigación de Osvaldo Baigorriapara su libro En Pampa y la vía. Reescritura y ampliación de dos libros anteriores, En Pampa y la vía agrega en su edición definitiva dos capítulos, referencias bibliográficas y actualizaciones.
–¿Cómo fue el proceso de investigación para En Pampa y la vía?-pregunta Nicolás G. Recoaro en esta entrevista para Tiempo Argentino.
-Todo empezó cuando en el ´95, desde la editorial La Marca, me proponen producir una antología con diversos argumentos sobre la “sociedad del ocio”, que luego titularía “Con el sudor de tu frente”. Allí reuní textos de dos series de tradiciones críticas respecto al trabajo. Por un lado, una crítica al trabajo más bien clásica que defendía la libertad de espíritu en la vida cotidiana para cultivar el ocio. Por otro lado, una crítica anarquista que venía de los comienzos de la revolución industrial y que cuestionaba al trabajo que hacía girar la rueda del capitalismo. En la historia de las ideas, ambas críticas coincidieron en denunciar la deshumanización y enajenación del trabajo. De modo que compilé textos que ponían en diálogo a esas dos tradiciones críticas, una elitista y otra anarquista, escribí un prólogo y presentamos la antología. Paralelamente, junto a Christian Ferrer, Guido Indij y Carlos Gioiosa (“Cutral”) pusimos en escena algo así como un gesto de agitación mediática que llamamos la “Fundación de Alergia al Trabajo”. Fuimos a los medios, repartimos comunicados y realizamos una marcha a desgano de cien metros un 2 de mayo, en un autoproclamado Día Internacional del Ocio. Al poco tiempo, desde Mar del Plata me escribió un grupo de gente que quería adherirse a la fundación. Era un grupo, encabezado por Pedro Ribeiro y Ana María Ordoñez, que reivindicaba la figura del croto histórico. Ahí empecé a asociar: crotos, trashumancia, crítica al trabajo. Más tarde apareció la posibilidad de publicar un libro para Editorial Perfil en una colección sobre minorías que dirigía María Moreno. Me propuse escribir sobre el croto y el linyera de los primeros tiempos, no sobre el carenciado producido por el modelo neoliberal. Y un día, hablando con mi viejo, él me cuenta que había estado tres años viviendo, viajando con los crotos y que él mismo fue un croto, durmiendo a la intemperie, en la vía. Fue durante las décadas del ’30 y del ‘40, cuando parece que ser croto era lo más, según me contaron algunos de los mismos protagonistas. Sobre todo el legendario Bepo, José Américo Ghezzi, al que fui a entrevistar a Tandil, y también otros linyeras históricos, Martín Finamori y Germinal Cerella, además de testimonios que reuní gracias a la película de Ana Poliak Que vivan los crotos, junto al aporte clave de la investigadora Alicia Maguid y al conocimiento de la realidad psico-cultural del croto según la mirada del psicólogo social Alfredo Moffatt. El proceso de investigación en sí implicó concertar entrevistas en una época en la que no contaba con internet ni con teléfonos celulares de las fuentes directas, además de visitas a archivos de diarios, bibliotecas y hemerotecas. Y las conversaciones domingueras con mi padre, en las que podía cotejar lo que yo iba descubriendo con sus propias experiencias de vida.
Hace un par de meses la editorial Sigilo reeditó Arturo, la estrella más brillante, esa novela breve de Reinaldo Arenas sin puntos apartes ni seguidos en su frase única con subordinadas que se desencadenan a ritmo imparable de principio a fin. El realismo alucinatorio de Arenas, una de las cumbres estelares de la literatura hispanoamericana, invade con adornos neobarrocos el relato en primera persona de un joven internado en uno de esos campos de trabajo en los que el gobierno cubano encerraba a homosexuales y otros marginados para su “reeducación”. No es realismo “mágico” porque no está tentado por ninguna alegoría: los elefantes regios que irrumpen en estas páginas, entre otras figuras fantásticas, no representan otra cosa más que apariciones en la extensa llanura de una mente alucinante que se fuga, a través de una larga respiración discursiva, de la asfixia del campo de concentración. “Arturo” alucina climas y espacios, terrazas, bosques y palacios encantados, para recibir a un soñado y hermoso joven que llegaría como un dios radiante solo para él, mientras su cuerpo sufre las interminables jornadas de trabajo desde las cuatro de la mañana cortando caña al sol, empapado de sudor, vigilado por brutales soldados que lo humillan, le gritan “maricón”, lo provocan y cada tanto lo hacen adentrarse en el cañaveral para desahogar su sexo con violencia en ese cuerpo que ellos desprecian y al mismo tiempo desean.
Los crotos y la tradición libertaria en el programa de Quique Pessoa «Doble click», año 2000: una charla con Alfredo Moffatt y con este -más o menos joven-servidor, entre recuerdos de la «cumbre de crotos» de Mar del Plata (1996), fragmentos de películas como Chingolo (1940) de Lucas Demare, La fiaca (1969) de Fernando Ayala, Convención de vagabundos (1965) de Rubén Cavalotti y Que vivan los crotos (1995) de Ana Poliak. Pessoa abre su programa hablando de la expresión «andar al pedo» (que no es lo mismo que andar en pedo), evoca a un legendario linyera de San Marcos Sierra llamado «Cachilo», pregunta y repregunta sobre los orígenes de esta tradición en Argentina, entre escenas de películas que la revisan en clave cómica: en Chingolo, un empresario les reprocha a los vagos que andan sin empleo: «aquí sobra el trabajo» y Luis Sandrini le responde: «el trabajo que sobra es el que no quiere nadie, por eso sobra». También están las reflexiones del entrañable José Américo «Bepo» Ghezzi, entre otros protagonistas del filme de Poliak que andaban por los caminos detrás de la estrella fugaz de la libertad (uno de ellos se autodefine: «libertario o, mejor dicho, anarquista»). Y los comentarios breves pero siempre lúcidos de Alfredo Moffatt (psicólogo social, pensador de los márgenes, trabajador del Hospital Borda, organizador de la mutual El Bancadero, entre otras iniciativas) que se fue de esta existencia hace un año, el 3 de julio de 2023. Una larga entrevista a Moffatt se puede leer en el recientemente reeditado En pampa y la vía.
Una categoría secundaria entre las distinciones de una obra, en este caso el libro de cuentos Indiada (Blatt & Ríos, 2018) por el que recibí este reconocimiento en la edición 2022 de los Premios Nacionales de Argentina, con un jurado compuesto por Félix Bruzzone, Cynthia Edul y Alejandra Kamiya. Desde luego que hay envidia (no sé si «sana») por Sergio Bizzio que recibió el 1er premio, alzándose con una pensión vitalicia equivalente a cinco jubilaciones mínimas después de los 60 años. Bien merecido estará ese premio para mi amigo Bizzio, que es un gran narrador, pero debo decir que a mí también me hubiera venido de mil maravillas recibir una pensión vitalicia por mi librito. Claro que hay que saber perder. Ya uno de los cuentos que lo integran, «Semen indio», obtuvo en 2014 un tercer premio con algo de dinero en el Concurso de Narrativa Eugenio Cambaceres organizado por el Museo del Libro y de la Lengua, con un jurado compuesto por Juan Forn, Soledad Querilhac y Jorge Consiglio. Tercero, no primero. Y me pregunto: si no es por dinero, ¿para qué sirve un premio literario? ¿Para sacar chapa, sacar pecho, inflar el orgullo, hacer sonar el autobombo?
Recuerdo tiempos en los que en las paredes argentinas se leía el grafiti “en este país la salida es Autopista Ricchieri, Ezeiza, su ruta”. Ahora no es tan fácil. ¿Adónde ir? Hay guerra en Europa del Este y Medio Oriente, olas de calor, migraciones masivas, odio, fanatismo, precarización. Hace poco estuve en un bar de Bolonia conversando con Franco Berardi, conocido como Bifo, acerca de su libro Desertemos. Su diagnóstico es implacable: hoy la subjetividad en Occidente oscila entre una epidemia depresiva y una psicosis agresiva de masas. El capital financiero funciona en automático gracias a las tecnologías digitales y se presenta como un sistema sin alternativas, que genera una publicidad invasiva y frenética, destruye la salud y la educación pública y solo crea trabajos precarios porque necesita cada vez menos mano de obra. Por todos lados hay sobrantes, excedentes humanos. Una oleada de pánico y depresión alcanza a las “generaciones precarizadas” mientras las democracias occidentales se revelan como payasadas cuando los ciudadanos solo pueden participar votando a sus representantes cada tantos años para descubrir que esos representantes -estén más a la derecha o más a la izquierda- no cambian sustancialmente las condiciones de existencia y sólo pueden obedecer, aun con matices, las leyes del mercado. La sensación de impotencia es absoluta. Ante esto, el filósofo y veterano activista de la autonomía obrera italiana plantea que la salida es la deserción.