Gaza Cola

En algunos bares de Bolonia y otros de la Comunidad Europea se niegan a vender Coca y ofrecen esta alternativa lanzada el año pasado en Londres por el artista visual y activista palestino Osama Qashoo. Inicialmente pensada como medio de reunir fondos para apoyar la reconstrucción del hospital Al Karama, que se hallaba al norte de Gaza y que «ha quedado reducido a escombros sin motivo alguno», según declaró Qashoo a The Guardian, «la fabricación de esta gaseosa es una declaración política hacia todas las empresas que invierten en el negocio de las armas”. La he probado, es rica (si te gustan las gaseosas) y dicen que es -obviamente- de fórmula secreta.

El cuidado y el amor

«En la última novela de Osvaldo Baigorria, Terminal 2020, está la narración de la agonía de la amada, los cuidados que requiere en la enfermedad, los estudios y tratamientos a los que se somete», se lee en el boletín de abril de Blatt & Ríos. «Todo en el marco de la pandemia y la cuarentena provocadas por el Covid 19. Uno podría pensar que es una novela sobre la muerte, sobre la pandemia, pero preferimos pensarla en otra clave.

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Palo y astilla

El autor de En Pampa y la vía junto al Pibe Materia (Samuel Baigorria)* a mediados de la década del 90, pocos años antes de la publicación de este libro. En un reportaje para Página/12, Laura Gómez escribe: «Cuando Osvaldo Baigorria regresó a la Argentina después de una experiencia nómade por América y Europa, su padre le contó que había sido un croto. Ese descubrimiento cambió notablemente la percepción que tenía sobre él y sobre el vínculo con su madre». Digamos que de tal palo, tal astilla.

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¿Subcultura o contracultura?

Escribe Damián Tabarovsky en su columna de opinión para Perfil: En la primera línea de En Pampa y la vía, de Osvaldo Baigorria, se lee la palabra “subcultura”. La frase entera dice así: “Desde principios del siglo XX, una subcultura de trashumantes se ha dedicado a recorrer las vías y caminos de Argentina en fuga del hogar sedentario, el trabajo permanente, la propiedad, el patrón y la ley”. Pero “subcultura”, en Baigorria (en este, como en casi todos sus libros) significa, en realidad, “contracultura”*. De hecho, la palabra ya aparece en la página 35: “Los crotos de aquellos años fueron una especie de elite de los márgenes, una contracultura itinerante que quería sentirse libre, fluida, inasible frente al poder, el patrón, la policía”. Y “contracultura”, para Baigorria, significa cultura anarquista, ética libertaria: “Libertaria por esencia. ¿Cuál sería la esencia libertaria? Nada ni nadie está por encima de nadie; nada ni nadie estaría autorizado a someter, mandar, ordenar o dirigir a nadie. Ni Dios ni el Estado ni el Capital” (inmediatamente Baigorria hace una aclaración necesaria: “Aún no había surgido ese libertarismo (…) asociado a las sectas de ultraderecha conservadora, esas que a partir de la década de 1970 empezaron a apropiarse del término ‘libertario’ para impulsar políticas antiestatales en el marco de un capitalismo extremo y salvaje”).

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Counter Culture

Contracultura es un término originado en la década de 1960 a partir de movimientos sociales juveniles que rechazaban los valores y modos de existencia dominantes. Su origen directo puede ubicarse en la lengua inglesa a fines de aquella década. Es discutible quién acuñó el término. Por un lado, el historiador estadounidense Theodore Roszak lo propuso en su libro The Making of a Counter Culture (luego traducido como El nacimiento de una contracultura), publicado en Nueva York por Doubleday & Co en 1969. Por otro lado, ese mismo año se publicó en Londres una antología de textos contestatarios titulada Counter Culture: el compilador fue Joseph Berke, un psicoterapeuta estadounidense emigrado a Gran Bretaña e instalado como colaborador en una comunidad terapéutica llamada Kingsley-Hall, dirigida por Ronald Laing, en la que se impulsaban cambios radicales en la relación desigual entre médicos y pacientes, cambios que llevaron al desarrollo de la llamada psiquiatría social y también de la antipsiquiatría.

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Ginsberg en viaje de ida

Resulta difícil imaginar que desencarnó -pese a su conversión al budismo- o que reencarnó -¿en quién o en qué?- porque cuando uno piensa en Allen Ginsberg piensa en cuerpo, piel, pura presencia de la carne, puesta en escena en vivo y en desnudo en recitales de poesía, en imágenes fotográficas que dieron la vuelta al mundo… La primera vez que leí «Aullido» también pude ver su imagen desnuda, todo un San Beatnik calvo de barba oscura, profético, transgresor, en la foto que ilustraba un artículo firmado por T.K. (Tamara Kamenszain) en la revista 2001, junio de 1973. Un año después pude verlo en persona en un recital de poesía en San Francisco junto a jóvenes Gregory Corso y Diane Di Prima, entre otros que no recuerdo, vestido con una larga túnica de colores. Ginsberg cantó sus propios poemas con una voz terrible, muchas veces fuera de tono, mientras tocaba lo que me pareció un organito y que quizá fuese su armonio, ese viejo instrumento que solía llevar a sus recitales, como si fuese un clown que se las arregla para no tomarse en serio a sí mismo hasta un punto tal en el que no hay más remedio que tomárselo en serio. Debo agregar que en ese tiempo mi conocimiento del inglés era tan pobre que apenas si podía distinguir alguna que otra palabra suelta de cada poema. Pero no importa: allí estaba en presencia del mito y con eso me bastaba.

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Un Aleph personal

«Definir a Osvaldo Baigorria (Buenos Aires, 1948) es, de algún modo, ir en contra de su propia obra» escribe Mercedes Halfon para la revista Coolt. Sigue: «Es cierto que en las últimas décadas parece haberse instalado con comodidad en la literatura: entre ensayo, narrativa y poesía, lleva publicados 15 libros; y el año pasado dio el discurso inaugural del FILBA. Baigorria es, a esta altura, uno de los grandes escritores argentinos, pero el título parece quedarle no del todo cómodo, porque su recorrido vital ha sido más amplio y diverso e incluye muchos otros oficios: fue artesano en cuero y en metal, trabajador golondrina en diversas plantaciones, miembro fundador de una comunidad rural en los bosques de las Montañas Rocosas donde vivió por ocho años, bombero forestal, repartidor de diarios, cuidador de personas parapléjicas, profesor de inglés o español, según correspondiera; además de algunos trabajos más tradicionalmente vinculados a la escritura, como el periodismo o la docencia universitaria. Y Baigorria fue, sobre todo, un nómade que vivió gran parte de su juventud fuera de Argentina, trazando diversas rutas que, como líneas de colores furiosos, rayan la superficie terrestre: entre 1974 y 1993 vivió en Perú, Costa Rica, México, Estados Unidos, Canadá, España e Italia. En su retorno definitivo al país, se instaló en el Delta del Tigre, un paisaje bello y pantanoso, desde el que iba y venía a la gran ciudad. Y donde, imaginamos, empezó a escribir con más frecuencia.

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Días de inquietud

Fabián Casas y Marina Mariasch me entrevistaron para su programa La Inquietud en el Centro Cultural Kirchner hace un par de meses y el podcast sale por Spotify justo en estos días de un noviembre inquieto por todo lo que se juega en las elecciones para presidente de Argentina. Hablamos de Según, entre otros libros, y se escucha siguiendo este enlace: https://open.spotify.com/episode/65yDCFjd69GLBwq7GBjnTE

Por un mundo más próximo

Gabriela Adamo analiza la colección de cuentos Indiada y la novela Correrías de un infiel en este artículo publicado en una revista del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la Universidad Nacional de Rosario:

Por un mundo más próximo: mapas alterados en la obra de Osvaldo Baigorria

Por Gabriela Adamo (1)

El lugar de la enunciación

El mundo en crisis que nos rodea nos compele a buscar, con urgencia, otras formas de habitarlo. Como lo han hecho siempre, las artes nos ofrecen la posibilidad de cuestionar, experimentar y alterar los modos en los que vemos el contexto en el que estamos inmersos. En ese sentido, propongo indagar la forma en que la escritura de Osvaldo Baigorria pone en juego cuerpos, espacios y recorridos para crear, en y a través de sus textos, otras topografías. O, como lo expresa Irene DePetris Chauvin, tratar de “dilucidar la producción de nuevos imaginarios geográficos partiendo de la literatura” (Geografías Afectivas16). Para pensar este mundo en crisis, en su ensayo Towards a cosmopolitanism of loss, Mariano Siskind recurre una sensación que atraviesa las primeras décadas del siglo XX: “la sensación abrumadora (…) de que estamos viviendo el fin del mundo”. Esta percepción, sostiene, se debe al derrumbe de la estructura simbólica común sobre la cual se construyó el proyecto modernista (un determinado “territorio geo-esférico cultural y político” en el que campeaba, entre otras fuerzas rectoras, la ilusión de progreso). A este derrumbe –compuesto por una larga lista de catástrofes, que van desde el calentamiento global hasta millones de refugiados pasando por la inestabilidad política y “las guerras perpetuas de pequeña y gran escala”– el autor lo llama “the unworlding of the world” (206).2

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