
Resulta difícil imaginar que desencarnó -pese a su conversión al budismo- o que reencarnó -¿en quién o en qué?- porque cuando uno piensa en Allen Ginsberg piensa en cuerpo, piel, pura presencia de la carne, puesta en escena en vivo y en desnudo en recitales de poesía, en imágenes fotográficas que dieron la vuelta al mundo… La primera vez que leí «Aullido» también pude ver su imagen desnuda, todo un San Beatnik calvo de barba oscura, profético, transgresor, en la foto que ilustraba un artículo firmado por T.K. (Tamara Kamenszain) en la revista 2001, junio de 1973. Un año después pude verlo en persona en un recital de poesía en San Francisco junto a jóvenes Gregory Corso y Diane Di Prima, entre otros que no recuerdo, vestido con una larga túnica de colores. Ginsberg cantó sus propios poemas con una voz terrible, muchas veces fuera de tono, mientras tocaba lo que me pareció un organito y que quizá fuese su armonio, ese viejo instrumento que solía llevar a sus recitales, como si fuese un clown que se las arregla para no tomarse en serio a sí mismo hasta un punto tal en el que no hay más remedio que tomárselo en serio. Debo agregar que en ese tiempo mi conocimiento del inglés era tan pobre que apenas si podía distinguir alguna que otra palabra suelta de cada poema. Pero no importa: allí estaba en presencia del mito y con eso me bastaba.
Continuar leyendo «Ginsberg en viaje de ida»
