
Dear Bill, te escribo al más allá desde este más acá que es el castellano rioplatense, un idioma que creo jamás conociste en vida así que después lo pasaré por el Deepl translator para que me entiendas bien y no te ofendas por lo que voy a decir, porque soy un admirador de tu obra, tus gestos y tus intervenciones en torno a la interacción entre la obra y la vida y porque fuiste como un faro que guio a varias generaciones de poetas y artistas desde la segunda mitad del siglo XX, pero justamente por eso quería decirte, y espero que no lo tomes a mal… ¿Tenías que matar a Joan Vollmer, que te quería tanto y te bancaba en todas tus aventuras con chicos?¿Matarla así, por accidente, con un tiro en la sien a pocos metros? Qué cagada esa mancha, esa marca en tu existencia. Es cierto que ella se prestó voluntariamente a la tontería de hacer un experimento a lo Guillermo Tell, no con una manzana y un arco y flechas sino con un pequeño vaso con ginebra sobre su cabeza y un arma de fuego. La pobre Joan, eterna adicta a las anfetaminas tanto como adicta a una relación con vos y con la muerte que finalmente llevó al límite su coqueteo con la autodestrucción, exponiéndose a la fragilidad de tu pulso ebrio ese día en que le apuntaste con una pistola. Dijeron testigos del hecho que Joan se rio hasta el último momento. Y que después de colocar ella misma la copa sobre su cabeza cerró los ojos porque – y estas fueron sus últimas palabras: “no puedo soportar ver sangre”.
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