
Hace justo un siglo llegaba a Lhasa, capital del Tibet y ciudad prohibida para extranjeros, la primera mujer occidental que logró residir en esa población construida a 3650 metros de altura en la región de los Himalayas: Alexandra David-Neel. Nacida el 24 de octubre de 1868 en Saint-Mandé, Francia, tuvo vocación de exploradora desde los quince años, cuando intentó embarcarse sin permiso hacia Gran Bretaña para escándalo de su familia. Logró viajar a solas a la India y a Túnez antes de cumplir los veinticinco. Amiga del geógrafo anarquista Elisée Reclus, consiguió que este le publicara y prologara su primer libro cuando apenas tenía veinte años, en 1898: Pour la vie, conocido en español como Elogio a la vida. Leo en ese libro: “La obediencia es la muerte. Cada instante en que uno se somete a una voluntad extraña es un instante arrancado a su propia vida”. Feminista pero también anarca, la autora discutía con las sufragistas que luchaban por el derecho al voto de la mujer porque este le parecía -como todo voto- una renuncia a ser dueña de sí misma para someterse a la voluntad de los individuos elegidos.
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