
Tengo en mi mesa de luz tres libros que parecen escritos con absoluta libertad formal y expresiva, en una actitud realmente libertaria que se encuentra a años luz de quienes hoy balbucean la palabra libertad sin saber de qué se trata: Ningún lugar adónde ir, Cuadernos de los Sesenta y Destellos de belleza, de Jonas Mekas, de cuya muerte se cumplieron cuatro años el pasado 23 de enero. Mekas fue desde su infancia y adolescencia un prolífico diarista, reportero y cronista antes de volverse el documentalista experimental dedicado a registrar en sus películas-diario todo lo que ocurría a su alrededor. Confieso que sus textos me resultan más fascinantes que algunos de esos documentales que pueden requerir horas o días de labor para verlos, no digamos hasta el final porque a veces con un fragmento es suficiente, sino incluso en parte. Hay en ellos una defensa sin atenuantes del arte aficionado, no-profesional y espontáneo: “El diario en el arte es el formato más personal y democrático” escribía Mekas. “Quien elige llevar un diario en el mundo del arte es alguien abierto a todas las posibilidades, que no descarta nada, porque todo eventualmente encuentra su uso”.
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